¿Cuál es el balance que puede hacerse de una de las Cumbres más grandes de la historia ambiental a nivel planetario? En este artículo, un análisis crítico sobre la Convención de Cambio Climático, de diciembre de 2009.
Y fue nomás la crónica de un fracaso anunciado. La amenaza del cambio climático catastrófico no fue suficiente para modificar las viejas prácticas de los poderosos de siempre. La Declaración de Copenhague no puede ser denominada como un Acuerdo; fue en realidad un pobre documento preparado por Estados Unidos y los gigantes emergentes que no conseguirá el reconocimiento internacional necesario ni propone metas adecuadas para enfrentar el núcleo de esta problemática global.
En contraposición, la Organización de las Naciones Unidas insistió con que “el texto fue negociado por 29 países más la Unión Europea, y no por cinco, como afirmaron algunos medios de prensa”. “Estaban representados todos los grupos de Naciones Unidas”, manifestó el jefe de Planificación de Estrategias, Robert Carr. En la misma línea, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, consideró un éxito la COP-15, porque constituye un “paso adelante” en las negociaciones.
Sin embargo, el mismo funcionario reconoció que “lo acordado no responde a la evaluación científica de mantener la elevación global de la temperatura por debajo de 2 grados”, a pesar de que en el mismo comunicado se explicita que ese es el objetivo de las negociaciones. Aún más, el documento no fue aprobado por consenso, como suele hacerse en la ONU, sino que la Convención “tomó nota” del texto, lo cual marca una jerarquía menor a la esperada para una Cumbre de este nivel.
En el balance, Ban consideró tres puntos a mejorar el próximo año. Primero, “lograr un acuerdo legalmente vinculante”, tal y como lo es el Protocolo de Kyoto. Segundo, lanzar un “Fondo Climático Verde”, que consolide e incremente el tímido aporte de 10 mil millones de dólares por año. Tercero, definir “objetivos más ambiciosos”, que logren justamente impedir el caos climático y sus consecuencias más desastrosas.
Geopolítica del Cambio Climático. En la base del “desacuerdo de Copenhague”, como lo bautizaron algunas organizaciones ambientalistas, puede leerse el desequilibrio político entre las naciones del Norte y las del Sur. Es decir, la fuerte desigualdad que dio fuerza rectora al principio de las “responsabilidades comunes pero diferenciadas” adoptado por la Convención de la ONU sobre Cambio Climático desde 1992, y que se consolidó en el Protocolo de Kyoto de 1997.
“En los países desarrollados, vive apenas el 16% de la humanidad, sin embargo, sus emisiones representan dos tercios del total históricamente acumulado”, sintetiza un artículo de La Nación. Es decir, que el criterio de las emisiones actuales y totales es lo que le conviene a las naciones industrializadas de la OCDE, mientras que considerar las emisiones históricas y por persona corresponde al concepto de “deuda ambiental” que proclaman los países del G-77 más China.
Sin embargo, nada es tan sencillo, y no solo esta división debe ser tenida en cuenta, ya que existen Nortes y Sures. No es lo mismo, entre los países industrializados, la posición de la Unión Europea –que intentó alcanzar un objetivo ambicioso- que la de Estados Unidos –el único país del anexo I que no ratificó el Protocolo de Kyoto. Tampoco es similar la postura de los “gigantes emergentes” –como China, India y Brasil- que la adoptada por la mayoría de los países del G-77 –entre ellos, Argentina-.
De hecho, una lectura posible de la Declaración de Copenhague, es que está fundada en la alianza entre los sectores más “conservadores” del Norte y del Sur. Para muchos, esto puede sintetizarse en la consolidación del denominado G-2, es decir, el diálogo bilateral entre Estados Unidos y China. En definitiva, no se discute casi el modelo económico, sino el reparto de la riqueza generada por los mismos medios, a costa del equilibrio ambiental.
A su vez, para Miguel Grinberg, Copenhague representó “no apenas la búsqueda de una respuesta global a los desafíos del cambio climático, sino también la crisis terminal del liderazgo político tradicional”. Esto es así, porque cuesta imaginar que las autoridades reunidas en la ONU no breguen cada una por los intereses de su propia nación -identificados con sus clases dominantes, claro está-.
“¿Quién va a representar a ese país”, se pregunta Michel Serres -en revista Ñ- refiriéndose a “Biogeo”, el planeta y la vida, el país del que todos formamos parte. Y, utilizando el cuadro de Goya Duelo a Garrotazos afirma: “Los políticos pueden continuar manejando sus conflictos de modo estratégico, bélico o diplomático: a tal punto que olvidarán representar al Biogeo, se hundirán en las arenas movedizas”.¿Qué se puede esperar? En una negociación en la que nadie quiere perder, todos lo hacen. Ya la teoría de juegos discutió un poco la tesis económica liberal en la que el egoísmo lleva al bienestar general. En términos políticos, el realismo clásico lleva esta premisa al comportamiento de las naciones a través de sus Estados. Paradójicamente, el liberalismo en relaciones internaciones intenta recuperar el desafío de la cooperación para maximizar beneficios en ambas partes.
Por lo tanto, los debates que confluyen en el campo de la Economía Política son fundamentales para saber qué podemos esperar de las próximas negociaciones sobre cambio climático. Es interesante la postura de la Comunidad Andina, de poner en el centro del debate que “el cambio climático es producto del sistema capitalista que favorece la obtención de la máxima ganancia posible”.
Sin embargo, esta misma postura desde el Sur, aún debe ser trabajada. Si se piensa que, por ejemplo, lo más importante es asegurar el crecimiento económico en base a la extracción de hidrocarburos, como hacen tanto Bolivia como Venezuela. ¿Qué derechos reales puede tener la Madre Tierra hoy? Eso es lo que hay que discutir. No alcanza con las críticas socialistas, ni con el mero discurso indigenista -muy valioso, por cierto- si no se llega a un verdadero cambio en la política económica acorde con el paradigma ambiental.
En este camino, la postura del Sur que no está totalmente cooptado por la hegemonía brutal del Norte, es sin dudas la más significativa. Pero aún falta para que no hayan pocos ganadores en este mundo. Aún no se escucha la voz del gran perdedor: el movimiento ambientalista intenta personificar al Biogeo que olvidamos.
Y fue nomás la crónica de un fracaso anunciado. La amenaza del cambio climático catastrófico no fue suficiente para modificar las viejas prácticas de los poderosos de siempre. La Declaración de Copenhague no puede ser denominada como un Acuerdo; fue en realidad un pobre documento preparado por Estados Unidos y los gigantes emergentes que no conseguirá el reconocimiento internacional necesario ni propone metas adecuadas para enfrentar el núcleo de esta problemática global.
En contraposición, la Organización de las Naciones Unidas insistió con que “el texto fue negociado por 29 países más la Unión Europea, y no por cinco, como afirmaron algunos medios de prensa”. “Estaban representados todos los grupos de Naciones Unidas”, manifestó el jefe de Planificación de Estrategias, Robert Carr. En la misma línea, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, consideró un éxito la COP-15, porque constituye un “paso adelante” en las negociaciones.
Sin embargo, el mismo funcionario reconoció que “lo acordado no responde a la evaluación científica de mantener la elevación global de la temperatura por debajo de 2 grados”, a pesar de que en el mismo comunicado se explicita que ese es el objetivo de las negociaciones. Aún más, el documento no fue aprobado por consenso, como suele hacerse en la ONU, sino que la Convención “tomó nota” del texto, lo cual marca una jerarquía menor a la esperada para una Cumbre de este nivel.
En el balance, Ban consideró tres puntos a mejorar el próximo año. Primero, “lograr un acuerdo legalmente vinculante”, tal y como lo es el Protocolo de Kyoto. Segundo, lanzar un “Fondo Climático Verde”, que consolide e incremente el tímido aporte de 10 mil millones de dólares por año. Tercero, definir “objetivos más ambiciosos”, que logren justamente impedir el caos climático y sus consecuencias más desastrosas.
Geopolítica del Cambio Climático. En la base del “desacuerdo de Copenhague”, como lo bautizaron algunas organizaciones ambientalistas, puede leerse el desequilibrio político entre las naciones del Norte y las del Sur. Es decir, la fuerte desigualdad que dio fuerza rectora al principio de las “responsabilidades comunes pero diferenciadas” adoptado por la Convención de la ONU sobre Cambio Climático desde 1992, y que se consolidó en el Protocolo de Kyoto de 1997.
“En los países desarrollados, vive apenas el 16% de la humanidad, sin embargo, sus emisiones representan dos tercios del total históricamente acumulado”, sintetiza un artículo de La Nación. Es decir, que el criterio de las emisiones actuales y totales es lo que le conviene a las naciones industrializadas de la OCDE, mientras que considerar las emisiones históricas y por persona corresponde al concepto de “deuda ambiental” que proclaman los países del G-77 más China.
Sin embargo, nada es tan sencillo, y no solo esta división debe ser tenida en cuenta, ya que existen Nortes y Sures. No es lo mismo, entre los países industrializados, la posición de la Unión Europea –que intentó alcanzar un objetivo ambicioso- que la de Estados Unidos –el único país del anexo I que no ratificó el Protocolo de Kyoto. Tampoco es similar la postura de los “gigantes emergentes” –como China, India y Brasil- que la adoptada por la mayoría de los países del G-77 –entre ellos, Argentina-.
De hecho, una lectura posible de la Declaración de Copenhague, es que está fundada en la alianza entre los sectores más “conservadores” del Norte y del Sur. Para muchos, esto puede sintetizarse en la consolidación del denominado G-2, es decir, el diálogo bilateral entre Estados Unidos y China. En definitiva, no se discute casi el modelo económico, sino el reparto de la riqueza generada por los mismos medios, a costa del equilibrio ambiental.
A su vez, para Miguel Grinberg, Copenhague representó “no apenas la búsqueda de una respuesta global a los desafíos del cambio climático, sino también la crisis terminal del liderazgo político tradicional”. Esto es así, porque cuesta imaginar que las autoridades reunidas en la ONU no breguen cada una por los intereses de su propia nación -identificados con sus clases dominantes, claro está-.
“¿Quién va a representar a ese país”, se pregunta Michel Serres -en revista Ñ- refiriéndose a “Biogeo”, el planeta y la vida, el país del que todos formamos parte. Y, utilizando el cuadro de Goya Duelo a Garrotazos afirma: “Los políticos pueden continuar manejando sus conflictos de modo estratégico, bélico o diplomático: a tal punto que olvidarán representar al Biogeo, se hundirán en las arenas movedizas”.¿Qué se puede esperar? En una negociación en la que nadie quiere perder, todos lo hacen. Ya la teoría de juegos discutió un poco la tesis económica liberal en la que el egoísmo lleva al bienestar general. En términos políticos, el realismo clásico lleva esta premisa al comportamiento de las naciones a través de sus Estados. Paradójicamente, el liberalismo en relaciones internaciones intenta recuperar el desafío de la cooperación para maximizar beneficios en ambas partes.
Por lo tanto, los debates que confluyen en el campo de la Economía Política son fundamentales para saber qué podemos esperar de las próximas negociaciones sobre cambio climático. Es interesante la postura de la Comunidad Andina, de poner en el centro del debate que “el cambio climático es producto del sistema capitalista que favorece la obtención de la máxima ganancia posible”.
Sin embargo, esta misma postura desde el Sur, aún debe ser trabajada. Si se piensa que, por ejemplo, lo más importante es asegurar el crecimiento económico en base a la extracción de hidrocarburos, como hacen tanto Bolivia como Venezuela. ¿Qué derechos reales puede tener la Madre Tierra hoy? Eso es lo que hay que discutir. No alcanza con las críticas socialistas, ni con el mero discurso indigenista -muy valioso, por cierto- si no se llega a un verdadero cambio en la política económica acorde con el paradigma ambiental.
En este camino, la postura del Sur que no está totalmente cooptado por la hegemonía brutal del Norte, es sin dudas la más significativa. Pero aún falta para que no hayan pocos ganadores en este mundo. Aún no se escucha la voz del gran perdedor: el movimiento ambientalista intenta personificar al Biogeo que olvidamos.
Comentarios
http://www.terra.com.mx/articulo.aspx?articuloId=888108
Úselo y Tírelo: El mundo visto desde una ecología latinoamericana, de Eduardo Galeano.
Igualmente considero que cualquier reforma en favor de la protección del medio ambiente será un paso hacia adelante, pero debemos profundizar más en el origen de la problematica ambiental.
saludos!!
Pero tampoco el socialismo tradicional, por llamarlo así, plantea un cambio sustancial.
Será interesante estudiar el documento que se emita en la Conferencia de Cochabamba, para ver el aporte desde las comunidades indígenas.
De todos modos, creemos que el movimiento ambientalista retoma algunas de estas críticas y les da una identidad propia.
En esta nueva creatividad puede estar parte de la solución.
Saludos!