El 14 de febrero, San Valentín encendió el corazón de los enamorados en Buenos Aires. Obsequios materiales, presentes espirituales, momentos inolvidables y mucho calor. Calor que aún persiste durante una semana, y no precisamente debido a la pasión o a la energía del amor.
Los periodistas hacen eco del jadeo de la ciudad, quejándose por los 38ºC diarios, como si fueran novedad, como si no nos diéramos cuenta por nosotros mismos. Con estruendo, titulan "¡Ola de calor!", mientras los meteorólogos prefieren la prudencia y nos recuerdan que estamos en pleno verano.
Lo que sí debe llamarnos la atención es la tendencia ascendente de las temperaturas anuales y el aumento de las precipitaciones que inundan zonas impensadas. Llámense consecuencias del calentamiento global, del cambio climático, del agujero de ozono o del efecto invernadero.
¿Y qué hacemos al respecto? Prendemos el aire acondicionado -los que lo tenemos-, creamos nuestro oasis individualista y olvidamos el infierno de afuera y a los que, allí, se desangran en sudor.
¿Sabemos a qué precio congelamos nuestra transpiración?
Por empezar, un equipo de aire acondicionado absorbe gran cantidad de energía eléctrica, encareciendo nuestros gastos cotidianos y, a nivel global, consumiendo más energía que proviene de fuentes cuestionables por su impacto ambiental, como las represas hidroeléctricas.
Segundo, además de liberar un aliento caliente a la atmósfera, ¿sabemos qué gases emanan? En 1987, el Protocolo de Montreal puso de manifiesto la necesidad de disminuir los gases que adelgazan la capa de ozono, entre ellos los cloroflurocarbonos (CFCs) que son los más utilizados para todo sistema de refrigeración.
Con este compromiso, la Oficina Programa Ozono de la Argentina (OPROZ) ha invertido hasta el 2002 alrededor de u$s 40.000.000 con el fin de reemplazar el uso de CFCs por tecnologías menos contaminantes. No obstante, como OPROZ reconoce, estos métodos alternativos sólo brindan una solución provisoria: si bien son más benévolos con la capa de ozono, por otro lado contribuyen al efecto invernadero, incumpliendo el Protocolo de Kyoto. Para no "tirar la pelota" y atender un problema generando otro, Greenpeace propone una tercera opción, aún no muy difundida entre las empresas.
Si profundizamos más la reflexión, incluso el propio oasis puede resultar un mero espejismo. El uso ininterrumpido del aire acondicionado seca nuestras mucosas, mientras el aparente bienestar silencia nuestra necesidad de beber líquidos. Desprevenidos, salimos y entramos, de manera alternada y repetida, de ambientes refrigerados a calurosos y desestabilizamos nuestro termostato corporal regido por el agua.
Entonces, ¿conocemos el alcance que tienen nuestras elecciones, nuestro estilo de vida? Aquí no es válida la frase "No te calentés". Movámonos para que esta información se difunda y así, con conocimientos, podamos tomar mejores decisiones para el bien de todos.
Los periodistas hacen eco del jadeo de la ciudad, quejándose por los 38ºC diarios, como si fueran novedad, como si no nos diéramos cuenta por nosotros mismos. Con estruendo, titulan "¡Ola de calor!", mientras los meteorólogos prefieren la prudencia y nos recuerdan que estamos en pleno verano.
Lo que sí debe llamarnos la atención es la tendencia ascendente de las temperaturas anuales y el aumento de las precipitaciones que inundan zonas impensadas. Llámense consecuencias del calentamiento global, del cambio climático, del agujero de ozono o del efecto invernadero.
¿Y qué hacemos al respecto? Prendemos el aire acondicionado -los que lo tenemos-, creamos nuestro oasis individualista y olvidamos el infierno de afuera y a los que, allí, se desangran en sudor.
¿Sabemos a qué precio congelamos nuestra transpiración?
Por empezar, un equipo de aire acondicionado absorbe gran cantidad de energía eléctrica, encareciendo nuestros gastos cotidianos y, a nivel global, consumiendo más energía que proviene de fuentes cuestionables por su impacto ambiental, como las represas hidroeléctricas.
Segundo, además de liberar un aliento caliente a la atmósfera, ¿sabemos qué gases emanan? En 1987, el Protocolo de Montreal puso de manifiesto la necesidad de disminuir los gases que adelgazan la capa de ozono, entre ellos los cloroflurocarbonos (CFCs) que son los más utilizados para todo sistema de refrigeración.
Con este compromiso, la Oficina Programa Ozono de la Argentina (OPROZ) ha invertido hasta el 2002 alrededor de u$s 40.000.000 con el fin de reemplazar el uso de CFCs por tecnologías menos contaminantes. No obstante, como OPROZ reconoce, estos métodos alternativos sólo brindan una solución provisoria: si bien son más benévolos con la capa de ozono, por otro lado contribuyen al efecto invernadero, incumpliendo el Protocolo de Kyoto. Para no "tirar la pelota" y atender un problema generando otro, Greenpeace propone una tercera opción, aún no muy difundida entre las empresas.
Si profundizamos más la reflexión, incluso el propio oasis puede resultar un mero espejismo. El uso ininterrumpido del aire acondicionado seca nuestras mucosas, mientras el aparente bienestar silencia nuestra necesidad de beber líquidos. Desprevenidos, salimos y entramos, de manera alternada y repetida, de ambientes refrigerados a calurosos y desestabilizamos nuestro termostato corporal regido por el agua.
Entonces, ¿conocemos el alcance que tienen nuestras elecciones, nuestro estilo de vida? Aquí no es válida la frase "No te calentés". Movámonos para que esta información se difunda y así, con conocimientos, podamos tomar mejores decisiones para el bien de todos.
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