¿Por qué hablar de “granja industrial” resulta un vocabulario necesario y no una contradicción lógica? Tomando como referencia primaria los debates sobre el desarrollo que surgieron debido a la polémica por el “acuerdo porcino”, Jonatan Gross elabora un ensayo que gira en torno a una pregunta incómoda: ¿cómo entienden los economistas a lo ambiental? Para ello, toma nota en primera instancia de que la ortodoxia neoclásica se pretende guardiana del “verdadero saber económico” a pesar de sus falencias. Luego avanza en las corrientes heterodoxas, en especial recuperando los aportes de Osvaldo Sunkel hacia una revisión ambiental del pensamiento estructuralista. Por último, fundamenta por qué la crítica económica debe “abrirse al diálogo con otras teorías y activismos socioambientales” que permita imaginar otras valoraciones de la naturaleza.
Dossier N° 1: "Animales y Salud. Modelo agropecuario y alternativas"
Por Jonatan Gross*
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Una bomba toma agua del río para el riego de arroceras ilegales. Corrientes, 2011. Foto de Analí Lopez Almeyda. |
El reciente acuerdo que el gobierno argentino pretende firmar con su par chino para la instalación de megagranjas porcinas en el país reabrió el debate acerca del modelo de desarrollo para la Argentina. Más aún considerando que lo que motiva dicho acuerdo es la peste porcina africana que aqueja la cría industrial de cerdos en el país asiático. Y a ello se le suma el contexto marcado por la pandemia del Covid-19, cuyo origen zoonótico nos conduce al “mercado húmedo” de Wuhan.
En este sentido, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente alertó sobre el aumento de las epidemias zoonóticas a nivel mundial, señalando su estrecha relación con las alteraciones que la actividad humana ha desencadenado en los ecosistemas al cambiar el uso del suelo: “Se han destruido zonas de amortiguamiento naturales, que normalmente separan a los humanos de la vida silvestre, y se han creado puentes para que los patógenos pasen de los animales a las personas”. La situación se ve exacerbada a causa del cambio climático, ya que afecta el desarrollo de virus y bacterias en el ambiente.
La crisis sanitaria está vinculada a la crisis ambiental. Ambas son una parte más de la crisis del crecimiento sostenido de la producción como racionalidad dominante, su vínculo con la producción de conocimiento y la conceptualización de la naturaleza propios de la sociedad moderna capitalista.
La demás corrientes del pensamiento económico son vistas como una serie de ensayos que confluyen en la corriente neoclásica -condensándose en manuales, casualmente también escritos por economistas neoclásicos-, en lugar de ser entendidas como explicaciones alternativas, complementarias e incluso contrapuestas. Los supuestos teóricos neoclásicos son raramente cuestionados a pesar de sus falencias para explicar satisfactoriamente el funcionamiento efectivo de la economía, la persistencia de los debates en torno a la política económica y el modelo de desarrollo. El problema se agrava cuando intentamos pensar la relación entre economía y ambiente, o más en general la relación entre sociedad y naturaleza.
Para la corriente ortodoxa, el sobreconsumo de bienes naturales y la degradación ambiental son “externalidades negativas”, producto de su propiedad común y el accionar del Estado. La solución es que, por un lado, los bienes naturales y la degradación ambiental puedan ser apropiados y valorados mediante el mercado. Que tengan un dueño y un precio. El agua o las emisiones de carbono, al igual que otros commodities como la soja o la carne cerdo, podrían ser pasibles de especulación financiera con la compra y venta de “futuros”. Por otro lado, si la regulación directa por parte del Estado fuese necesaria, debe considerarse desde el análisis costo-beneficio, estimándose los efectos económicos de su implementación.
Ciertamente el propio modelo es una simplificación de la realidad social donde los individuos y las empresas se comportan racionalmente motivados por la maximización de la utilidad o del beneficio en el corto plazo, lo que dificulta en la compresión de los problemas de largo plazo que acontecen en la dimensión ambiental. Asimismo, los límites ecosistémicos quedan excluidos del estudio del crecimiento económico. Según cualquier manual de economía los factores productores de riqueza son la tierra (o los “recursos naturales” en general), el trabajo y el capital, y existe perfecta sustituibilidad entre ellos. El progreso técnico y el desarrollo tecnológico permitirían una menor dependencia, consumo y optimización del uso de bienes naturales y los residuos enviados al ambiente.
La crisis sanitaria está vinculada a la crisis ambiental. Ambas son una parte más de la crisis del crecimiento sostenido de la producción como racionalidad dominante, su vínculo con la producción de conocimiento y la conceptualización de la naturaleza propios de la sociedad moderna capitalista.
La ortodoxia neoclásica: “externalidades negativas”
Mientras tanto, la enseñanza de la ciencia económica en las universidades está dominada por la escuela neoclásica, constituida la corriente ortodoxa o principal. La ciencia económica se asimila así a la teoría neoclásica, de tal manera que sus principios se enseñan como los principios de la economía y como el verdadero saber económico.La demás corrientes del pensamiento económico son vistas como una serie de ensayos que confluyen en la corriente neoclásica -condensándose en manuales, casualmente también escritos por economistas neoclásicos-, en lugar de ser entendidas como explicaciones alternativas, complementarias e incluso contrapuestas. Los supuestos teóricos neoclásicos son raramente cuestionados a pesar de sus falencias para explicar satisfactoriamente el funcionamiento efectivo de la economía, la persistencia de los debates en torno a la política económica y el modelo de desarrollo. El problema se agrava cuando intentamos pensar la relación entre economía y ambiente, o más en general la relación entre sociedad y naturaleza.
Para la corriente ortodoxa, el sobreconsumo de bienes naturales y la degradación ambiental son “externalidades negativas”, producto de su propiedad común y el accionar del Estado. La solución es que, por un lado, los bienes naturales y la degradación ambiental puedan ser apropiados y valorados mediante el mercado. Que tengan un dueño y un precio. El agua o las emisiones de carbono, al igual que otros commodities como la soja o la carne cerdo, podrían ser pasibles de especulación financiera con la compra y venta de “futuros”. Por otro lado, si la regulación directa por parte del Estado fuese necesaria, debe considerarse desde el análisis costo-beneficio, estimándose los efectos económicos de su implementación.
Ciertamente el propio modelo es una simplificación de la realidad social donde los individuos y las empresas se comportan racionalmente motivados por la maximización de la utilidad o del beneficio en el corto plazo, lo que dificulta en la compresión de los problemas de largo plazo que acontecen en la dimensión ambiental. Asimismo, los límites ecosistémicos quedan excluidos del estudio del crecimiento económico. Según cualquier manual de economía los factores productores de riqueza son la tierra (o los “recursos naturales” en general), el trabajo y el capital, y existe perfecta sustituibilidad entre ellos. El progreso técnico y el desarrollo tecnológico permitirían una menor dependencia, consumo y optimización del uso de bienes naturales y los residuos enviados al ambiente.
Las corrientes heterodoxas: la noción del “capital natural”
En la heterodoxia económica confluyen varias corrientes teóricas, entre las que podemos mencionar las siguientes: neoestructuralista, poskeynesiana, regulacionista, neoschumpeteriana e incluso diversas interpretaciones marxistas más tradicionales.Desde estas corrientes se critica que para los bienes comunes y las externalidades, los mercados son incompletos o no existen; por consiguiente, no hay precios o estos proporcionan información incorrecta. Tal es el caso de muchos bienes naturales y el ambiente, por lo que se tiende a su sobreexplotación y degradación. Sin embargo, para el economista cepalino Osvaldo Sunkel, la naturaleza sería una especie de “capital natural” ya que genera un flujo de bienes y servicios indispensables para la sustentabilidad del desarrollo, por lo que hay que asegurar su mantenimiento, preservación y expansión.
Esto último ha dado lugar al desarrollo de múltiples instrumentos administrativos y de regulación directa, a los que se incorporan los incentivos y desincentivos económicos así como herramientas para corregir las deficiencias del cálculo económico -tanto microeconómico, con la valoración del ambiente, como macroeconómico, con la mejora de las cuentas nacionales-. Además, la planificación estatal que incorpore la dimensión ambiental es central, al reconocer que, sin un Estado que promueva la participación y recoja las demandas de las mayorías populares, el deterioro ambiental seguirá beneficiando a los grupos sociales y de interés más privilegiados.
Compartimos las críticas al modelo neoclásico y la reivindicación de la regulación estatal y la planificación como respuesta a las falencias del mercado ante los límites ecosistémicos al crecimiento económico. Pero más allá de su aparente realismo, nos preguntamos dos cuestiones. En primer lugar, la efectividad de la regulación para reducir la sobreexplotación de los bienes comunes naturales y las externalidades ambientales así como por la viabilidad política de alcanzar el consenso necesario para implementar un plan de desarrollo que incorpore la dimensión ambiental. En segundo lugar, si es suficiente para eludir la crisis ambiental.
Por el contrario, retomaremos la crítica marxiana del valor como forma social históricamente específica, cuasi-objetiva, de mediación social y dominación propia de la modernidad capitalista, recuperando algunas nociones de la lectura de Moishe Postone, así como los comentarios a su principal trabajo, realizados por el ecosocialista Daniel Tanuro.
El objetivo último de la producción capitalista no son los valores de uso sino el valor, o más precisamente, el plusvalor. Esto implica que el proceso de trabajo está moldeado por el proceso de valorización. El capital no se contenta con desarrollar una dominación formal sobre un proceso de trabajo fragmentado pero más o menos artesanal en el taller manufacturero. El cambio hacia una forma específicamente capitalista del proceso de trabajo ocurre cuando los avances científicos y tecnológicos permiten el desarrollo de la gran industria. El trabajo concreto y la naturaleza ya no son las dos únicas fuentes de riqueza material.
Compartimos las críticas al modelo neoclásico y la reivindicación de la regulación estatal y la planificación como respuesta a las falencias del mercado ante los límites ecosistémicos al crecimiento económico. Pero más allá de su aparente realismo, nos preguntamos dos cuestiones. En primer lugar, la efectividad de la regulación para reducir la sobreexplotación de los bienes comunes naturales y las externalidades ambientales así como por la viabilidad política de alcanzar el consenso necesario para implementar un plan de desarrollo que incorpore la dimensión ambiental. En segundo lugar, si es suficiente para eludir la crisis ambiental.
La crítica de la economía política: el valor como mediación social
En este punto, proponemos tomar distancia de las interpretaciones más tradicionales del marxismo antes mencionadas. Estas interpretaciones hacen una crítica de la sociedad capitalista desde el punto de vista del trabajo, oponiendo la dinámica de socialización de las fuerzas productivas desarrollada por el capitalismo a la propiedad privada y al mercado. La producción industrial es considerada como la futura base del socialismo luego de la apropiación estatal de los medios de producción. El libre desarrollo de las fuerzas productivas y la dominación de la naturaleza serían las condiciones para el salto de la humanidad desde el “reino de la necesidad” al “reino de la libertad”.Por el contrario, retomaremos la crítica marxiana del valor como forma social históricamente específica, cuasi-objetiva, de mediación social y dominación propia de la modernidad capitalista, recuperando algunas nociones de la lectura de Moishe Postone, así como los comentarios a su principal trabajo, realizados por el ecosocialista Daniel Tanuro.
El objetivo último de la producción capitalista no son los valores de uso sino el valor, o más precisamente, el plusvalor. Esto implica que el proceso de trabajo está moldeado por el proceso de valorización. El capital no se contenta con desarrollar una dominación formal sobre un proceso de trabajo fragmentado pero más o menos artesanal en el taller manufacturero. El cambio hacia una forma específicamente capitalista del proceso de trabajo ocurre cuando los avances científicos y tecnológicos permiten el desarrollo de la gran industria. El trabajo concreto y la naturaleza ya no son las dos únicas fuentes de riqueza material.
Así, el conocimiento humano acumulado es objetivado en la maquinaria y apropiado por el capital, incorporado a él, y se opone a los trabajadores como una fuerza material que los domina. La dimensión temporal abstracta del valor se vuelve la determinación real de una forma particular de organización y técnica del trabajo. Vale aclararlo: la técnica no es neutral. Los cultivos transgénicos, la fractura hidráulica y la lixiviación, son técnicas desarrolladas para la valorización del capital. De allí que lo que parece un oxímoron, como una “granja industrial”, no lo sea.
El valor y el metabolismo con la naturaleza
La producción capitalista está necesariamente orientada hacia una expansión ilimitada del plusvalor. La competencia entre capitales induce el aumento de la productividad mediante innovaciones científicas y tecnológicas. Cuanto más aumenta la productividad del trabajo, más crece la cantidad de valores de uso pero conteniendo la misma cantidad de valor. El valor no solo mediatiza las relaciones de producción de los humanos entre sí, sino también su metabolismo con la naturaleza.Como dijimos, la naturaleza es productora de riqueza material, pero no entra en la determinación del valor, que depende sólo del tiempo de trabajo abstracto. De este modo se entra en contradicción con los límites ecosistémicos, imponiendo el tiempo de trabajo abstracto sobre el tiempo de reproducción natural de los bienes renovables y la resiliencia ecológica -como sucede, por ejemplo, con el cultivo de soja transgénica o la cría industrial de ganado porcino-.
Asimismo, el valor determina también una concepción muy particular de la naturaleza. Para el capital “todo lo sagrado es profanado”, cosificado, homogeneizado, clasificado y calculado por la lógica abstracta del valor. Esta concepción no deja de tener relación con el carácter instrumental de las ciencias. Bajo los dominios del capital y la aprobación de las ciencias, los seres humanos y la naturaleza en toda su diversidad son transformados en “recursos” para la acumulación.
Asimismo, el valor determina también una concepción muy particular de la naturaleza. Para el capital “todo lo sagrado es profanado”, cosificado, homogeneizado, clasificado y calculado por la lógica abstracta del valor. Esta concepción no deja de tener relación con el carácter instrumental de las ciencias. Bajo los dominios del capital y la aprobación de las ciencias, los seres humanos y la naturaleza en toda su diversidad son transformados en “recursos” para la acumulación.
Hacia otras valorizaciones de la naturaleza
El problema del crecimiento económico en el capitalismo no es únicamente que sea un crecimiento obstaculizado por las crisis, como frecuentemente han enfatizado las interpretaciones marxistas tradicionales. La forma misma de crecimiento genera una creciente tensión entre las consideraciones ecológicas y los imperativos del valor como una forma de riqueza abstracta y cuasi-objetiva de mediación social. La distinción entre la riqueza material y el valor como una forma históricamente específica nos permite apuntar a una nueva organización ecológica de la vida social.Desde esta perspectiva, la trayectoria de desarrollo capitalista contiene una posible negación histórica determinada que permitiría la constitución de otra forma de mediación social no modelada por los imperativos del valor. La alternativa a la sociedad moderna capitalista existe como posibilidad en la crítica inmanente que se deriva de la contradicción entre lo que es y lo que sería posible si esa mediación cuasi-objetiva del valor es reemplazada por la autodeterminación democrática de la sociedad.
Por lo que esta crítica de la sociedad moderna capitalista que deconstruye la lógica del capital debe abrirse al diálogo con otras teorías y activismos socioambientales. Pero además, a otras valoraciones de la naturaleza -como las propias de las cosmovisiones de los pueblos indígenas que habitan en sus márgenes- para encarar la construcción de una ecología de saberes a partir de la cual pensar no solo otras formas de crecimiento basadas en nuevas relaciones de los humanos entre sí sino también con la diversidad natural.
* Jonatan Gross. Licenciado en Administración por la UBA (2009). Magíster en Economía Política de FLACSO-Argentina (2020). Integrante del equipo de ComAmbiental.
Referencias bibliográficas
-Bárcena Ibarra, Alicia & Samaniego, Joseluis & De Miguel, Carlos J. (2019), “Osvaldo Sunkel: un antes y un después para la dimensión ambiental del desarrollo en el pensamiento estructuralista de la CEPAL”, en Del estructuralismo al neoestructuralismo: la travesía intelectual de Osvaldo Sunkel. Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Disponible aquí.- Tanuro, Daniel (2016), “Tiempo, trabajo, dominación social… y destrucción ecológica”. Revista Viento Sur. Disponible aquí:
Aclaración:
Los artículos de este dossier n° 1 se irán publicando de aquí en adelante, en la siguiente etiqueta, hasta el mes de octubre.
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