La convocatoria para escribir una reseña de la película Okja, del último ganador del Oscar al mejor director, Bong Joon-ho, deriva en esta crónica deslumbrante sobre el movimiento campesino coreano. Cinco meses después de ver la película sobre la "aventura fantástica" de una pequeña campesina coreana (la protagonista, Mija), Jung Eun Lee recibe en Buenos Aires a un grupo de campesinxs coreanxs de carne y hueso que viajó miles de kilómetros para unirse a la movilización global de Vía Campesina contra la OMC. En búsqueda de una “sensibilidad rural” que hemos perdido, tal vez Okja es para Mija lo que las semillas son para las integrantes de la Asociación de Mujeres Campesinas Coreanas.
Esa fue mi primera experiencia con La Vía Campesina, que había convocado en esa oportunidad a la movilización hasta Buenos Aires a sus 182 organizaciones afiliadas, que nuclean a más de 200 millones de agricultores por todo el mundo. Juan, del equipo técnico, se encargó de recibir al grupo delegado de Corea, entre otros grupos de distintos países del mundo. La Vía Campesina coordinó la "Cumbre de los Pueblos" en paralelo a las reuniones de la OMC junto con varias organizaciones locales, vinculadas con las luchas por la soberanía alimentaria.
Dossier N° 1: "Animales y Salud. Modelo agropecuario y alternativas"
Por Jung Eun Lee*
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Manifestación durante cumbre de la OMC en Buenos Aires, 2017. Crédito: KPL / KWPA. |
1.
Las palabras flotan en la pantalla: "Proyecto Super Cerdo", "Salvar a la humanidad", "Cosecha para el mundo". Aparece Lucy Mirando (Tilda Swinton) y celebra el éxito de su compañía en el “descubrimiento” de una nueva especie de cerdo gigante. Más económico de producir, de carne más sabrosa y, además, ecológico. Ha repartido ejemplares a campesinxs y granjerxs de todo el mundo. Su discurso continúa: "Le he pedido a cada campesino que críe a su invitado especial en un entorno natural con el máximo cuidado, haciendo honor a las técnicas tradicionales propias de sus respectivas culturas." Es una competencia por ver quién crie mejor cerdo en 10 años .
El escenario de la película cambia y la cámara se enfoca en la cara de Mija (Seo-Hyun Ahn), que está soplando una delicada bola de semillas plumosas en un rincón remoto de las montañas de Corea del Sur. Diez años han transcurrido y allí conocemos a la adorable Okja, una de lxs súper cerdos, que ha sido criada bajo el cuidado de la niña y su abuelo. Mija ha desarrollado un vínculo tan fuerte con la criatura que hasta se escapará de su casa hacia Seúl (capital de Corea del Sur) y Nueva York para rescatarla y protegerla cuando, obviamente, todo se complique y la fantasía publicitaria de la corporación Mirando muestre su lado oscuro.
Vi "Okja" apenas se estrenó por Netflix en julio del 2017. Era la nueva obra de mi director preferido, Bong Joon Ho. Hace unas semanas, volví a mirarla, pero esta vez vi una película diferente. Si bien la primera vez la película me había impactado con su mirada sobre la industria de la carne y el maltrato animal, finalmente no había representado mucho más que el relato de aventuras de una niña. Pero esta segunda vez, las situaciones y los discursos me parecían demasiado reales y verosímiles.
En la película, Mija “rompe el chanchito” para usar sus ahorros en ir a rescatar a Okja. En la vida real, campesinxs coreanxs pusieron de su bolsillo para el pasaje Seúl-Buenos Aires. El jueves 7 de diciembre del 2017 llegaron 18 campesinos y campesinas de Corea, traían tambores e instrumentos tradicionales en la mano y consignas pegadas en sus chalecos: "Fuera OMC de Agricultura" y "Soberanía Alimentaria".
¿Para qué? Para proteger sus semillas, sus cultivos, su producción y su trabajo. La aventura de Mija comparte cierta analogía con la lucha de lxs campesinxs que les llevó hasta en las antípodas de su origen, a 19.000km de sus chacras.
Durante los cinco días de su estadía en Argentina, tenían un solo propósito: manifestarse contra la cumbre ministerial de la OMC 2017 (y lograr regresar a su tierra sin complicaciones con las autoridades locales).
Ahí me encontré con mis compatriotas. Mi misión era muy clara: facilitar la comunicación y su participación en la movilización y las protestas. Mis conocimientos sobre agricultura hasta ese momento eran muy limitados y no comprendía del todo cuál podría ser el problema tan grave como para viajar tan lejos, pero enseguida me sentí contagiada de su ansiedad y energía.
El escenario de la película cambia y la cámara se enfoca en la cara de Mija (Seo-Hyun Ahn), que está soplando una delicada bola de semillas plumosas en un rincón remoto de las montañas de Corea del Sur. Diez años han transcurrido y allí conocemos a la adorable Okja, una de lxs súper cerdos, que ha sido criada bajo el cuidado de la niña y su abuelo. Mija ha desarrollado un vínculo tan fuerte con la criatura que hasta se escapará de su casa hacia Seúl (capital de Corea del Sur) y Nueva York para rescatarla y protegerla cuando, obviamente, todo se complique y la fantasía publicitaria de la corporación Mirando muestre su lado oscuro.
Vi "Okja" apenas se estrenó por Netflix en julio del 2017. Era la nueva obra de mi director preferido, Bong Joon Ho. Hace unas semanas, volví a mirarla, pero esta vez vi una película diferente. Si bien la primera vez la película me había impactado con su mirada sobre la industria de la carne y el maltrato animal, finalmente no había representado mucho más que el relato de aventuras de una niña. Pero esta segunda vez, las situaciones y los discursos me parecían demasiado reales y verosímiles.
En la película, Mija “rompe el chanchito” para usar sus ahorros en ir a rescatar a Okja. En la vida real, campesinxs coreanxs pusieron de su bolsillo para el pasaje Seúl-Buenos Aires. El jueves 7 de diciembre del 2017 llegaron 18 campesinos y campesinas de Corea, traían tambores e instrumentos tradicionales en la mano y consignas pegadas en sus chalecos: "Fuera OMC de Agricultura" y "Soberanía Alimentaria".
¿Para qué? Para proteger sus semillas, sus cultivos, su producción y su trabajo. La aventura de Mija comparte cierta analogía con la lucha de lxs campesinxs que les llevó hasta en las antípodas de su origen, a 19.000km de sus chacras.
2.
"¿Cuándo vamos a la protesta? ¿Dónde es el lugar de reunión?" Esas son las preguntas que recibo de un campesino coreano, recién aterrizado, de madrugada, en el aeropuerto de Ezeiza. Sus ojos irritados reflejan cansancio y excitación, pero también ansiedad por el tiempo escaso para todo lo que hay que hacer.Durante los cinco días de su estadía en Argentina, tenían un solo propósito: manifestarse contra la cumbre ministerial de la OMC 2017 (y lograr regresar a su tierra sin complicaciones con las autoridades locales).
Ahí me encontré con mis compatriotas. Mi misión era muy clara: facilitar la comunicación y su participación en la movilización y las protestas. Mis conocimientos sobre agricultura hasta ese momento eran muy limitados y no comprendía del todo cuál podría ser el problema tan grave como para viajar tan lejos, pero enseguida me sentí contagiada de su ansiedad y energía.
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Manifestación de Vía Campesina en Buenos Aires, 2017. Crédito: KPL / KWPA. |
Esa fue mi primera experiencia con La Vía Campesina, que había convocado en esa oportunidad a la movilización hasta Buenos Aires a sus 182 organizaciones afiliadas, que nuclean a más de 200 millones de agricultores por todo el mundo. Juan, del equipo técnico, se encargó de recibir al grupo delegado de Corea, entre otros grupos de distintos países del mundo. La Vía Campesina coordinó la "Cumbre de los Pueblos" en paralelo a las reuniones de la OMC junto con varias organizaciones locales, vinculadas con las luchas por la soberanía alimentaria.
En estas actividades, se denunciaba que la OMC defiende los beneficios de las empresas multinacionales, sus modos industriales y extractivistas de producción, ignorando el daño sobre el ambiente, la biodiversidad y la salud. El principal reclamo era -y sigue siendo- que la agricultura no debe incluirse en los acuerdos de libre comercio, exigiendo el reconocimiento del trabajo y los derechos de los pequeños campesinos y agricultores.
En términos de costos y beneficios, sacrificar el campo siempre ha sido una decisión justificada para la nación. A diferencia de Argentina, Brasil y otros países de América, en Corea nunca ha sobrado el espacio para una producción agrícola a escala masiva. Por eso, el enfoque ha sido priorizar el desarrollo urbano y tecnológico. Justamente, en este proceso de modernización acelerado, la educación y el recurso humano se volvió una obsesión colectiva en busca del ascenso social. A los ojos de una sociedad cada vez más competitiva, las ciudades representan el lugar para el progreso. En contrapartida, el campo se volvió sinónimo de atraso y un lugar donde no hay esperanza para lxs jóvenes.
Sin embargo, las contradicciones de este modelo repercuten fuertemente en toda la sociedad: la tasa de natalidad del país disminuyó de una manera dramática y constante desde los años 90, batiendo cada año el récord del año anterior. En las zonas rurales, este fenómeno es incluso anterior, dado que ya hace cuatro décadas se observaba un fuerte éxodo de los jóvenes, en particular de las mujeres. Hoy, seis de cada diez personas en las zonas rurales son mayores de 60 años según el Servicio Nacional de Información Estadística. "En el campo ya no se escucha el llanto de los niños"; el dicho popular que resumía la complicada realidad rural ya no es ajeno en la ciudad. A pesar de las crecientes medidas del gobierno para resolver el problema de natalidad, la caída no se detuvo, y en 2019 se llegó a un índice de 0,92: la más baja del mundo.
Ahora, ¿por qué y cómo se llegó a esto? Las respuestas de la gente convergen en el costo y la competición. Es costoso tener hijxs para padres y madres, así como es costoso mantener a las empleadas embarazadas para las empresas. Es decir, el mecanismo del análisis costo-beneficio permeó tanto en todos los órdenes de la vida que todas las decisiones se vuelven monetarias, y se ha vuelto como un boomerang contra nosotrxs. Me pregunto: ¿cuánto hemos cedido y cuánto estamos dispuestxs a ceder para conseguir el mayor beneficio al menor costo?
Irónicamente, la expansión global del libre comercio también fortaleció la solidaridad internacional entre lxs campesinxs y agricultores de distintas partes, despertando la consciencia colectiva de la gran comunidad de trabajadores de la tierra del mundo contra las agresiones del capital. Si bien todos lxs campesinxs que participan en los encuentros internacionales de La Vía Campesina venían de lugares completamente diferentes en términos sociales, culturales, geográficos, económicos, religiosos e ideológicos, enseguida se hacían compañerxs, se comunicaban (casi) sin intérpretes y compartían sus experiencias semejantes.
En el caso de la Asociación de Mujeres Campesinas Coreanas, empezó a participar activamente en los encuentros de La Vía Campesina a partir de 2004. Uno de sus principales aprendizajes en los primeros años fue el de reconocer y recuperar la importancia de las semillas no solo como una herramienta para la lucha campesina sino también como un recurso fundamental para la soberanía alimentaria.
En la península coreana desaparecieron más de 500 tipos de semillas de arroz que se producían antes de la introducción de la llamada “revolución verde” -la transformación de los modos de producción agrícola que atravesó el mundo a partir de la década de 1960 hasta la de 1980-. Para lograr un aumento acelerado de la producción, el gobierno coreano promovió el uso de la semilla de arroz Yusin, producto del cruce selectivo de varias especies, la que irónicamente ni sobrevivió más de dos años por una plaga que se expandió por todo el país.
3.
Desde el primer Tratado de Libre Comercio con Chile en 2004, como consecuencia de la crisis de 1997, Corea de Sur ha firmado 16 Tratados en total con 52 países. Gracias a estas medidas, las empresas chaebol (grandes conglomerados económicos, como Samsung, LG y Hyundai entre las más conocidas), pudieron acceder a más y mayores mercados en el mundo donde vender sus productos de alto valor agregado, como los autos, celulares y electrodomésticos. Sin embargo, cuanto más avanzó la inserción de esas empresas al mercado global, más desaparecían las parcelas de cultivos en la península.En términos de costos y beneficios, sacrificar el campo siempre ha sido una decisión justificada para la nación. A diferencia de Argentina, Brasil y otros países de América, en Corea nunca ha sobrado el espacio para una producción agrícola a escala masiva. Por eso, el enfoque ha sido priorizar el desarrollo urbano y tecnológico. Justamente, en este proceso de modernización acelerado, la educación y el recurso humano se volvió una obsesión colectiva en busca del ascenso social. A los ojos de una sociedad cada vez más competitiva, las ciudades representan el lugar para el progreso. En contrapartida, el campo se volvió sinónimo de atraso y un lugar donde no hay esperanza para lxs jóvenes.
Sin embargo, las contradicciones de este modelo repercuten fuertemente en toda la sociedad: la tasa de natalidad del país disminuyó de una manera dramática y constante desde los años 90, batiendo cada año el récord del año anterior. En las zonas rurales, este fenómeno es incluso anterior, dado que ya hace cuatro décadas se observaba un fuerte éxodo de los jóvenes, en particular de las mujeres. Hoy, seis de cada diez personas en las zonas rurales son mayores de 60 años según el Servicio Nacional de Información Estadística. "En el campo ya no se escucha el llanto de los niños"; el dicho popular que resumía la complicada realidad rural ya no es ajeno en la ciudad. A pesar de las crecientes medidas del gobierno para resolver el problema de natalidad, la caída no se detuvo, y en 2019 se llegó a un índice de 0,92: la más baja del mundo.
Ahora, ¿por qué y cómo se llegó a esto? Las respuestas de la gente convergen en el costo y la competición. Es costoso tener hijxs para padres y madres, así como es costoso mantener a las empleadas embarazadas para las empresas. Es decir, el mecanismo del análisis costo-beneficio permeó tanto en todos los órdenes de la vida que todas las decisiones se vuelven monetarias, y se ha vuelto como un boomerang contra nosotrxs. Me pregunto: ¿cuánto hemos cedido y cuánto estamos dispuestxs a ceder para conseguir el mayor beneficio al menor costo?
4.
La población rural de Corea resistió agresivamente a las sucesivas propuestas del gobierno de apertura al mercado mundial, concentrándose en las reuniones de la OMC. En Cancún 2003, un campesino coreano se suicidó en la protesta, dejando a sus propixs compañerxs consternadxs. En 2005, una buena parte de los 1500 campesinxs que fueron a Hong Kong para la manifestación, saltaron al mar para llegar nadando al lugar de la reunión. Sin embargo, ni siquiera estas protestas pudieron parar el avance de los acuerdos. La puerta se abrió. Productos como uvas, manzanas, vinos, carne y hasta arroz entraron a mejor precio desparramándose por todo el país. El núcleo productivo de la agricultura nacional fue arrasado mientras la industria y la tecnología coreanas conquistaban el mundo.Irónicamente, la expansión global del libre comercio también fortaleció la solidaridad internacional entre lxs campesinxs y agricultores de distintas partes, despertando la consciencia colectiva de la gran comunidad de trabajadores de la tierra del mundo contra las agresiones del capital. Si bien todos lxs campesinxs que participan en los encuentros internacionales de La Vía Campesina venían de lugares completamente diferentes en términos sociales, culturales, geográficos, económicos, religiosos e ideológicos, enseguida se hacían compañerxs, se comunicaban (casi) sin intérpretes y compartían sus experiencias semejantes.
En el caso de la Asociación de Mujeres Campesinas Coreanas, empezó a participar activamente en los encuentros de La Vía Campesina a partir de 2004. Uno de sus principales aprendizajes en los primeros años fue el de reconocer y recuperar la importancia de las semillas no solo como una herramienta para la lucha campesina sino también como un recurso fundamental para la soberanía alimentaria.
En la península coreana desaparecieron más de 500 tipos de semillas de arroz que se producían antes de la introducción de la llamada “revolución verde” -la transformación de los modos de producción agrícola que atravesó el mundo a partir de la década de 1960 hasta la de 1980-. Para lograr un aumento acelerado de la producción, el gobierno coreano promovió el uso de la semilla de arroz Yusin, producto del cruce selectivo de varias especies, la que irónicamente ni sobrevivió más de dos años por una plaga que se expandió por todo el país.
Las semillas se convirtieron en un insumo más que comprar, quebrando la tradición de recolección y acopio de las semillas de las propias cosechas, y el uso de fertilizantes, plaguicidas y nuevas técnicas de riego se volvió también casi obligatorio.
Ahondando el proceso, durante la crisis de 1997-1998, todas las empresas coreanas de semillas (Hongnong, Joongang, Seoul y Cheongwon) fueron transferidas a las empresas multinacionales agroquímicas como Monsanto, Syngenta y Sakata. Se normalizó que las semillas fueran reproducidas de forma privada y masiva, e incluso formuladas en un laboratorio. Lxs campesinxs ya no eran más los dueños de sus cultivos, sino empleadxs en su propia tierra al servicio de las corporaciones.
Les tomó un tiempo darse cuenta de la catástrofe. La tierra se arruinó y las pacelas se convirtieron en fábricas de producir alimentos siguiendo las instrucciones de estas empresas. De hecho, casi todxs lxs campesinxs que participan en el movimiento admiten que ceder las semillas fue su gran error. Así se comprometen a combatir contra los procesos de privatización de las semillas, antes que sea realmente tarde.
Les tomó un tiempo darse cuenta de la catástrofe. La tierra se arruinó y las pacelas se convirtieron en fábricas de producir alimentos siguiendo las instrucciones de estas empresas. De hecho, casi todxs lxs campesinxs que participan en el movimiento admiten que ceder las semillas fue su gran error. Así se comprometen a combatir contra los procesos de privatización de las semillas, antes que sea realmente tarde.
5.
En todo el mundo, las mujeres han sido tradicionalmente las guardianas de las semillas. En el 2008, la Asociación de Mujeres Campesinas Coreanas lanzó la campaña "Adoptar una semilla en cada familia", con el objetivo de conservar la diversidad de las semillas, de los sistemas de uso e intercambio entre las campesinas. También, para promover el conocimiento a través de las prácticas de las mujeres para la conservación y la selección de semillas.En este proceso, aprendieron no sólo que las semillas son patrimonio del pueblo al servicio de la humanidad, sino también que cada semilla es un ser vivo. Aun dentro de la misma especie, no hay dos semillas iguales ni serán iguales sus frutos. Tampoco se puede garantizar el mismo resultado de la cosecha año a año, porque hay múltiples variables y condiciones en el proceso, como la temperatura, el cuidado, la calidad de la tierra o el clima. Por eso, que cada familia guarde sus semillas vehiculiza el recordar las historias y las prácticas familiares, comunitarias y locales. O sea, la semilla transmite de dónde venimos, muestran nuestra relación con el pasado y el territorio.
Tal vez eso es la sensibilidad rural, que hemos perdido colectivamente. La que Mija conserva.
En el 2018, la campaña "Adopte una semilla" se lanzó a nivel mundial en el Encuentro Global de Escuelas y Procesos de Formación en Agroecología de La Vía Campesina realizado en Cuba, en el que participaron más de 120 campesinxs y agricultores de más de 40 países. El objetivo de la consigna es replicar la recuperación de semillas autóctonas, criollas, tradicionales y ancestrales. Multiplicarlas en la mayor cantidad de territorios posibles con el fin de recuperar también la autonomía de lxs campesinxs y agricultores sin depender de las empresas semilleras.
Pienso que lxs campesinxs en lucha son como un anticuerpo contra la agresión del capital, la disfunción de la producción de alimentos del sistema neoliberal y antropocéntrico, así como la crisis climática global. Resisten contra esta "enfermedad" porque padecen sus síntomas desde antes y de manera más palpable que nosotrxs en las ciudades. Ahora, me pregunto: ¿hasta dónde estamos a dispuestxs a ceder? y ¿para beneficio de quién?
Es un equívoco que la ciudad y el campo estén desconectados. En realidad, estamos mucho más conectados e interdependientes que nunca. Sin el campo, la ciudad no sobrevive. En ese sentido, el lema de La Vía Campesina "Globalicemos la lucha, globalicemos la esperanza" no puede ser más adecuado en el camino para lograr la inmunidad colectiva. Todavía falta mucho por recorrer para la toma de conciencia de una gran parte de la sociedad sobre el poder que tenemos como consumidores. Para despertar nuestra sensiblidad rural dormida.
Tal vez eso es la sensibilidad rural, que hemos perdido colectivamente. La que Mija conserva.
En el 2018, la campaña "Adopte una semilla" se lanzó a nivel mundial en el Encuentro Global de Escuelas y Procesos de Formación en Agroecología de La Vía Campesina realizado en Cuba, en el que participaron más de 120 campesinxs y agricultores de más de 40 países. El objetivo de la consigna es replicar la recuperación de semillas autóctonas, criollas, tradicionales y ancestrales. Multiplicarlas en la mayor cantidad de territorios posibles con el fin de recuperar también la autonomía de lxs campesinxs y agricultores sin depender de las empresas semilleras.
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Delegación de La Vía Campesina durante la campaña mundial de semillas. Sergipe, Brasil en 2018. Foto: Jung Eun Lee |
6.
Después de la debacle en el show de presentación de Okja como súper cerdo ganador en Nueva York, saboteado por Mija y lxs activistas animalistas, Nancy, la hermana gemela de Lucy, retoma el poder de la compañía Mirando y ordena la inmediata comercialización de carne de súper cerdo. Ante la preocupación por la imagen de la compañía, Nancy asegura: "si es barato, la gente lo va a consumir igual. Lo garantizo."Pienso que lxs campesinxs en lucha son como un anticuerpo contra la agresión del capital, la disfunción de la producción de alimentos del sistema neoliberal y antropocéntrico, así como la crisis climática global. Resisten contra esta "enfermedad" porque padecen sus síntomas desde antes y de manera más palpable que nosotrxs en las ciudades. Ahora, me pregunto: ¿hasta dónde estamos a dispuestxs a ceder? y ¿para beneficio de quién?
Es un equívoco que la ciudad y el campo estén desconectados. En realidad, estamos mucho más conectados e interdependientes que nunca. Sin el campo, la ciudad no sobrevive. En ese sentido, el lema de La Vía Campesina "Globalicemos la lucha, globalicemos la esperanza" no puede ser más adecuado en el camino para lograr la inmunidad colectiva. Todavía falta mucho por recorrer para la toma de conciencia de una gran parte de la sociedad sobre el poder que tenemos como consumidores. Para despertar nuestra sensiblidad rural dormida.
Jung Eun Lee.
Licenciada en Geografía (Universidad de Kyung Hee). Magíster en Estudios Sociales Latinoamericanos. Doctoranda en Ciencias Sociales (FSOC - UBA). Becaria doctoral del CONICET. Intérprete voluntaria en los encuentros internacionales de La Via Campesina.
Flavia Yanucci (2020): PACHAQ TARPUY – Tiempo de sembrar
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