La expansión del coronavirus no deja casi lugar a dudas. Si queremos evitar la propagación de nuevos patógenos, debemos repensar nuestra concepción de la salud. María Natalia Aznar, investigadora del INTA, detalla en este artículo causas humanas en la aparición de nuevas zoonosis. Entre ellas, el avance hacia el hábitat silvestre del murciélago causó un brote infeccioso en 1999. Este mismo animal es el huésped natural del coronavirus, y la muy probable causa del presente SARS CoV-2 (Covid-19). Pero a su vez, existen “explotaciones ganaderas intensivas” que hacen a animales como los cerdos o las aves más susceptibles a infecciones. En palabras de la autora, necesitamos: “Alternativas hacia un mundo con producciones animales sustentables y seguras”, en el marco de la concepción de Una Salud.
La pandemia que golpea al mundo genera muchos interrogantes que invitan a la reflexión. Hay varias teorías -y pocas certezas- sobre el origen del nuevo coronavirus, SARS CoV-2. Entre ellas: el escape de un virus mutante de laboratorio, las conspiraciones que describen la construcción de un arma biológica para vender vacunas y el denominado “salto inter especies”. Esta última explicación es altamente probable, porque permite poner en serie este nuevo brote con otras enfermedades zoonóticas (es decir, transmitidas de animales a humanos) ya documentadas.
Los murciélagos son considerados el hospedador natural de los coronavirus. Según demostraron investigaciones realizadas con anterioridad, la mayoría de los coronavirus que son patógenos en humanos, incluidos el SARS-CoV y el MERS-CoV (responsables de las epidemias de 2002 y 2012) poseen una genética similar a los que afectan a los murciélagos. Así, este huésped intermediario mantiene el microorganismo que luego puede infectar al hombre. También son un reservorio natural de otros virus, como de la rabia y de Nipah. Pero ellos no son los únicos reservorios: roedores, pájaros y otros primates también son vectores conocidos de potenciales patógenos humanos.
Como ya se ha visto en otras epidemias, un hecho se vuelve a poner de manifiesto: lo que ocurre en la fauna silvestre puede afectar tanto la salud de los animales domésticos como la salud humana. A veces, como en el caso de influenza aviar altamente patógena, las aves silvestres migratorias transportan el virus con el que se infectan aves domésticas y personas. Si un país no se encontraba en la ruta de migración de estas aves infectadas provenientes de Asia durante la pandemia del 2005, no sufría brotes. Eso sucedió con Argentina. Pero, en muchas ocasiones, el humano no juega un rol tan pasivo, sino que origina situaciones de riesgo debido a malos manejos. Sin dudas, prácticas como el desmonte y el comercio de fauna silvestre amenazan la salud pública y animal.
El ser humano urbaniza e invade de manera cada vez más frecuente espacios que son hábitats de la fauna silvestre. De esta forma, hay patógenos que se encuentran originalmente en la vida silvestre pero terminan infectando a la fauna doméstica y al hombre.
Como ejemplo de invasión del ambiente silvestre, se puede mencionar el brote de virus de Nipah, ocurrido en Malasia, en el año 1999. Se trata de una zoonosis emergente que causa cuadros graves tanto en animales como en humanos. El reservorio de este virus son murciélagos que habitan en árboles frutales en la selva y que, tras un desmonte, debieron migrar a plantaciones cercanas a granjas porcinas. Los cerdos, que comían las frutas de esas plantaciones, se infectaron por el virus que mutó para adaptarse a su nuevo huésped. A su vez, los humanos se infectaron por el contacto directo con cerdos enfermos y sus secreciones contaminadas.
Otra manera de generar brotes es mediante la caza de fauna silvestre, ya sea para ingerir la carne o -más riesgoso aún- para comercializarla a través de mercados de animales vivos.
No todas las enfermedades animales perjudican la salud pública, pero algunas afectan gravemente la forma de vida y economía de los países. Un ejemplo es la reciente epidemia de peste porcina africana en China que, desde su inicio en 2018, ha quitado del mercado mundial una cuarta parte de los cerdos, provocando así un aumento de los precios de la carne en todo el mundo. Esta enfermedad, para la cual no existe vacuna, ya ha puesto en peligro a muchas poblaciones de cerdos domésticos y silvestres en el mundo. En la actualidad, 51 países están afectados por la peste, que sigue propagándose, en medio de la difícil situación planteada por el COVID-19, agravando las actuales crisis sanitarias y socioeconómicas. Tal es su efecto devastador que, para respaldar los esfuerzos de los países que quieren proteger sus economías y la seguridad alimentaria, la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE) y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) han lanzado una iniciativa conjunta para el control mundial de esta enfermedad.
Diferenciamos dos tipos. La bioseguridad externa se concentra en los puntos de contactos de la granja con el exterior y su objetivo es evitar que patógenos entren o salgan de la granja. Por otra parte, todas las medidas para contrarrestar la propagación de patógenos dentro de la explotación están cubiertas por la bioseguridad interna. Son algunos ejemplos de medidas de bioseguridad: la distancia mínima entre explotaciones, el alambrado perimetral, el control de ingresos de personas, los pediluvios (instalaciones sanitarias) y el control de plagas. En Argentina, el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) está encargado de dictar las normas en bioseguridad (granjas avícolas, Resolución SENASA 1699/2019, y granjas porcinas, Resolución SENASA 834/2002).
Una bioseguridad eficaz pondría, por ejemplo, a las aves domésticas a resguardo del virus influenza transportado por las aves silvestres. También, a los cerdos a salvo del virus que puedan portar los jabalíes como el que causa la Enfermedad de Aujeszky, endémica en Argentina; así como de la peste porcina clásica o africana, si en algún momento ingresaran al país. Asimismo, los protegería de una eventual infección por influenza originada tanto por el personal a cargo de ellos como también por las aves. Este último caso es muy importante ya que la especie porcina tiene la particularidad de verse afectada por dos de las especies que tienen más importancia en la difusión y variabilidad del virus: la especie humana y las aves. Existe la posibilidad de que se generen mutaciones a partir de este reordenamiento de genes. La bioseguridad es un elemento clave en la prevención de enfermedades y sería deseable, por ello, que los productores adoptaran estas medidas.
Otro concepto que cobra relevancia en la prevención de enfermedades es la detección precoz. Para lograr una alerta temprana es fundamental el rol de los propietarios y sus veterinarios privados, quienes deben notificar al SENASA cuando observen algún cuadro fuera de lo normal en sus animales. Con un buen sistema de vigilancia epidemiológica se puede actuar rápido, antes de la diseminación, si se tratara de una enfermedad exótica. Forma parte también del sistema de vigilancia la toma de muestras de animales silvestres cazados o que aparezcan muertos, ya que estos “centinelas” pueden alertar sobre la presencia de patógenos cerca de las explotaciones ganaderas.
“Una salud” puede resumirse como el valor agregado brindado por la cooperación estrecha entre la salud humana y la animal. De hecho, existen métodos para evaluar tanto cualitativa como cuantitativamente ese valor agregado. Los problemas de salud de nuestros días no pueden ser solucionados por una sola disciplina. Frente a las problemáticas actuales es imprescindible fomentar las colaboraciones interdisciplinarias, no solo entre las ciencias naturales sino también sociales. Son especialmente pertinentes de ser abordados bajo este enfoque la inocuidad de los alimentos, el control de las zoonosis y la lucha contra la resistencia a los antibióticos.
Lamentablemente, en la mayoría de los países hay una desconexión entre la salud humana y la salud animal. Para lograr los mejores resultados en salud pública es menester trabajar de manera interdisciplinar y coordinada. Sin esta visión, será muy difícil abordar un futuro que plantea cada vez mayores desafíos en términos de salud pública e inocuidad alimentaria. El concepto de una salud debería dejar de ser una utopía para comenzar a ser una realidad.
La pandemia de COVID-19 ha puesto de manifiesto los escasos recursos invertidos mundialmente por los Estados en políticas sanitarias y medidas de prevención. Si los gobernantes llevaran a cabo un análisis costo-beneficio se darían cuenta de que esta inversión es fundamental.
Los efectos graves producidos por las enfermedades animales (a nivel de la salud humana y a nivel socioeconómico) ya no son producto de una distopía, propios de películas de ciencia ficción. Se han convertido en una realidad. Cuesta mucho tiempo, recursos y esfuerzo lograr revertir sus efectos. Llegó el momento, entonces, de repensar el futuro con economías sustentables, involucramiento de los muchos agentes económicos y sanitarios, así como trabajo multidisciplinar, en pos de proteína animal sin detrimento de salud humana ni animal.
Por María Natalia Aznar*
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Producción porcina puede ser afectada por virus de aves y humanos. Fotografía: Natalia Aznar / INTA. |
Los murciélagos son considerados el hospedador natural de los coronavirus. Según demostraron investigaciones realizadas con anterioridad, la mayoría de los coronavirus que son patógenos en humanos, incluidos el SARS-CoV y el MERS-CoV (responsables de las epidemias de 2002 y 2012) poseen una genética similar a los que afectan a los murciélagos. Así, este huésped intermediario mantiene el microorganismo que luego puede infectar al hombre. También son un reservorio natural de otros virus, como de la rabia y de Nipah. Pero ellos no son los únicos reservorios: roedores, pájaros y otros primates también son vectores conocidos de potenciales patógenos humanos.
Como ya se ha visto en otras epidemias, un hecho se vuelve a poner de manifiesto: lo que ocurre en la fauna silvestre puede afectar tanto la salud de los animales domésticos como la salud humana. A veces, como en el caso de influenza aviar altamente patógena, las aves silvestres migratorias transportan el virus con el que se infectan aves domésticas y personas. Si un país no se encontraba en la ruta de migración de estas aves infectadas provenientes de Asia durante la pandemia del 2005, no sufría brotes. Eso sucedió con Argentina. Pero, en muchas ocasiones, el humano no juega un rol tan pasivo, sino que origina situaciones de riesgo debido a malos manejos. Sin dudas, prácticas como el desmonte y el comercio de fauna silvestre amenazan la salud pública y animal.
Las causas humanas de nuevas enfermedades zoonóticas
En las últimas décadas se ha avanzado mucho en ciencia, con diagnósticos y profilaxis muy efectivos. Sin embargo, la realidad que vivimos es desafiante. En la búsqueda de aumento de proteína animal para la creciente población humana, hay explotaciones ganaderas intensivas a gran escala. En estas explotaciones, la alta densidad animal y el stress sufrido por los animales facilitan su mayor susceptibilidad a infecciones. A ello hay que agregar que muchas de estas explotaciones se han construido invadiendo espacios propios de la fauna silvestre. Si sumamos el hecho de que vivimos en un mundo totalmente globalizado donde los movimientos de las personas, productos y animales resulta tan común sabemos que un patógeno puede llegar al otro lado del mundo en lo que tarda en arribar un avión. Estamos frente a un cóctel explosivo.El ser humano urbaniza e invade de manera cada vez más frecuente espacios que son hábitats de la fauna silvestre. De esta forma, hay patógenos que se encuentran originalmente en la vida silvestre pero terminan infectando a la fauna doméstica y al hombre.
Como ejemplo de invasión del ambiente silvestre, se puede mencionar el brote de virus de Nipah, ocurrido en Malasia, en el año 1999. Se trata de una zoonosis emergente que causa cuadros graves tanto en animales como en humanos. El reservorio de este virus son murciélagos que habitan en árboles frutales en la selva y que, tras un desmonte, debieron migrar a plantaciones cercanas a granjas porcinas. Los cerdos, que comían las frutas de esas plantaciones, se infectaron por el virus que mutó para adaptarse a su nuevo huésped. A su vez, los humanos se infectaron por el contacto directo con cerdos enfermos y sus secreciones contaminadas.
Otra manera de generar brotes es mediante la caza de fauna silvestre, ya sea para ingerir la carne o -más riesgoso aún- para comercializarla a través de mercados de animales vivos.
No todas las enfermedades animales perjudican la salud pública, pero algunas afectan gravemente la forma de vida y economía de los países. Un ejemplo es la reciente epidemia de peste porcina africana en China que, desde su inicio en 2018, ha quitado del mercado mundial una cuarta parte de los cerdos, provocando así un aumento de los precios de la carne en todo el mundo. Esta enfermedad, para la cual no existe vacuna, ya ha puesto en peligro a muchas poblaciones de cerdos domésticos y silvestres en el mundo. En la actualidad, 51 países están afectados por la peste, que sigue propagándose, en medio de la difícil situación planteada por el COVID-19, agravando las actuales crisis sanitarias y socioeconómicas. Tal es su efecto devastador que, para respaldar los esfuerzos de los países que quieren proteger sus economías y la seguridad alimentaria, la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE) y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) han lanzado una iniciativa conjunta para el control mundial de esta enfermedad.
¿Podemos evitar nuevos patógenos que afecten a la población humana?
Existe un concepto fundamental a la hora de mantener a los animales domésticos, y por ende a nosotros mismos, a salvo de los virus: la bioseguridad, sobre todo en las explotaciones intensivas como las de aves y cerdos. En términos de salud animal, la bioseguridad se define como es el conjunto de normas y medidas de manejo que contribuyen tendientes a reducir los riesgos de introducción de agentes patógenos y sus vectores a las explotaciones ganaderas y su posterior propagación.Diferenciamos dos tipos. La bioseguridad externa se concentra en los puntos de contactos de la granja con el exterior y su objetivo es evitar que patógenos entren o salgan de la granja. Por otra parte, todas las medidas para contrarrestar la propagación de patógenos dentro de la explotación están cubiertas por la bioseguridad interna. Son algunos ejemplos de medidas de bioseguridad: la distancia mínima entre explotaciones, el alambrado perimetral, el control de ingresos de personas, los pediluvios (instalaciones sanitarias) y el control de plagas. En Argentina, el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) está encargado de dictar las normas en bioseguridad (granjas avícolas, Resolución SENASA 1699/2019, y granjas porcinas, Resolución SENASA 834/2002).
Una bioseguridad eficaz pondría, por ejemplo, a las aves domésticas a resguardo del virus influenza transportado por las aves silvestres. También, a los cerdos a salvo del virus que puedan portar los jabalíes como el que causa la Enfermedad de Aujeszky, endémica en Argentina; así como de la peste porcina clásica o africana, si en algún momento ingresaran al país. Asimismo, los protegería de una eventual infección por influenza originada tanto por el personal a cargo de ellos como también por las aves. Este último caso es muy importante ya que la especie porcina tiene la particularidad de verse afectada por dos de las especies que tienen más importancia en la difusión y variabilidad del virus: la especie humana y las aves. Existe la posibilidad de que se generen mutaciones a partir de este reordenamiento de genes. La bioseguridad es un elemento clave en la prevención de enfermedades y sería deseable, por ello, que los productores adoptaran estas medidas.
Otro concepto que cobra relevancia en la prevención de enfermedades es la detección precoz. Para lograr una alerta temprana es fundamental el rol de los propietarios y sus veterinarios privados, quienes deben notificar al SENASA cuando observen algún cuadro fuera de lo normal en sus animales. Con un buen sistema de vigilancia epidemiológica se puede actuar rápido, antes de la diseminación, si se tratara de una enfermedad exótica. Forma parte también del sistema de vigilancia la toma de muestras de animales silvestres cazados o que aparezcan muertos, ya que estos “centinelas” pueden alertar sobre la presencia de patógenos cerca de las explotaciones ganaderas.
Hacia “una salud”, cooperación estrecha entre salud humana y animal
Frente a la aparición de brotes y pandemias de virus compartidos por animales y humanos, toma mayor relevancia el enfoque de “una salud”. Según la Organización Mundial de la Salud, este paradigma está concebido para diseñar y aplicar programas, políticas, leyes e investigaciones en el que múltiples sectores se comunican y colaboran para lograr mejores resultados en el ámbito de la salud pública.“Una salud” puede resumirse como el valor agregado brindado por la cooperación estrecha entre la salud humana y la animal. De hecho, existen métodos para evaluar tanto cualitativa como cuantitativamente ese valor agregado. Los problemas de salud de nuestros días no pueden ser solucionados por una sola disciplina. Frente a las problemáticas actuales es imprescindible fomentar las colaboraciones interdisciplinarias, no solo entre las ciencias naturales sino también sociales. Son especialmente pertinentes de ser abordados bajo este enfoque la inocuidad de los alimentos, el control de las zoonosis y la lucha contra la resistencia a los antibióticos.
Lamentablemente, en la mayoría de los países hay una desconexión entre la salud humana y la salud animal. Para lograr los mejores resultados en salud pública es menester trabajar de manera interdisciplinar y coordinada. Sin esta visión, será muy difícil abordar un futuro que plantea cada vez mayores desafíos en términos de salud pública e inocuidad alimentaria. El concepto de una salud debería dejar de ser una utopía para comenzar a ser una realidad.
La pandemia de COVID-19 ha puesto de manifiesto los escasos recursos invertidos mundialmente por los Estados en políticas sanitarias y medidas de prevención. Si los gobernantes llevaran a cabo un análisis costo-beneficio se darían cuenta de que esta inversión es fundamental.
Los efectos graves producidos por las enfermedades animales (a nivel de la salud humana y a nivel socioeconómico) ya no son producto de una distopía, propios de películas de ciencia ficción. Se han convertido en una realidad. Cuesta mucho tiempo, recursos y esfuerzo lograr revertir sus efectos. Llegó el momento, entonces, de repensar el futuro con economías sustentables, involucramiento de los muchos agentes económicos y sanitarios, así como trabajo multidisciplinar, en pos de proteína animal sin detrimento de salud humana ni animal.
Sobre la autora
*María Natalia Aznar. Veterinaria (UBA). Magister en Salud Animal (UBA). PhD en Ciencias Veterinarias (Universidad de Lieja, Bélgica). Investigadora del Instituto de Patobiología (INTA Castelar). Perfil en Linked-in.Leer también
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