"¡Tiburones!", gritaba un comercial de yogur para chicos.
Entonces eso ratificaría nuestro posible parentezco con los peces, aunque tenemos semejanzas notorias con los simios y con otras especies animales. Por ejemplo, algunos llevamos más o menos un carácter de víbora; otros, más o menos poder para volar. Y de acuerdo con la lógica evolucionista podríamos ser descendientes de microorganismos y recontra-tátara n nietos de un matrimonio natural entre determinados gases y el rayo de una tormenta.
Siguiendo esta teoría –sin el interés de desacreditar u ofender a los exégetas del génesis– cabe preguntarse cuál sería el ADN que nos une en esta amplísima familia conformada por seres vivos y también por cosas aparentemente inertes (no las llamemos inanimadas porque muchas religiones encuentran anima –alma- incluso en las piedras).
Filósofos de la Antigua Grecia imprimieron una respuesta en la historia, proponiendo que todas, pero todas las cosas están compuestas por cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua, que se combinan y se separan de innumerables formas bajo dos fuerzas activas y opuestas como lo son el amor y el odio o la afinidad y la antipatía.
Tierra que nos da el suelo donde vivir, crecer, cultivar, criar, interactuar y el polvo del que venimos y en el que nos convertiremos.
Aire para respirar, insuflar y exhalar pensamientos y sentimientos hacia nuestros hermanos.
Fuego que nos brinda energía para transformar el frío en calor, la noche en luz, los sólidos en líquido y el líquido en vapor.
Agua para regar de vida, llorar las penas, transpirar el esfuerzo, fluir y confluir.
¿Y no hay un quinto elemento?
Aristóteles lo llamó aither y lo describió como superior, habitante de los cielos. Para otros pensadores, fue un esbozo de panacea universal.
En este humilde blog, creemos en la omnipresencia de los cuatro elementos, movidos por fuerzas que escapan aún de la compleja simplicidad del amor-odio. Porque suceden cosas que a veces no comprendemos.
Y en la búsqueda de un equilibrio entre la vida y la muerte, lo que hacemos y lo que queremos hacer, la incógnita y el descubrimiento, creemos que el quinto elemento es la comunicación.
Para comprender un poco más el medio ambiente en que vivimos y que construimos –o destruimos– a diario.
Para reflexionar sobre lo que nadie habla porque no quiere, no se anima o no se le ocurrió.
Para contribuir a una cultura que piense en el hoy como heredero global que no reniega de su pasado sino que aprende de él y proyecta un futuro mejor para todos.
Bienvenidos a nuestro espacio.
Entonces eso ratificaría nuestro posible parentezco con los peces, aunque tenemos semejanzas notorias con los simios y con otras especies animales. Por ejemplo, algunos llevamos más o menos un carácter de víbora; otros, más o menos poder para volar. Y de acuerdo con la lógica evolucionista podríamos ser descendientes de microorganismos y recontra-tátara n nietos de un matrimonio natural entre determinados gases y el rayo de una tormenta.
Siguiendo esta teoría –sin el interés de desacreditar u ofender a los exégetas del génesis– cabe preguntarse cuál sería el ADN que nos une en esta amplísima familia conformada por seres vivos y también por cosas aparentemente inertes (no las llamemos inanimadas porque muchas religiones encuentran anima –alma- incluso en las piedras).
Filósofos de la Antigua Grecia imprimieron una respuesta en la historia, proponiendo que todas, pero todas las cosas están compuestas por cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua, que se combinan y se separan de innumerables formas bajo dos fuerzas activas y opuestas como lo son el amor y el odio o la afinidad y la antipatía.
Tierra que nos da el suelo donde vivir, crecer, cultivar, criar, interactuar y el polvo del que venimos y en el que nos convertiremos.
Aire para respirar, insuflar y exhalar pensamientos y sentimientos hacia nuestros hermanos.
Fuego que nos brinda energía para transformar el frío en calor, la noche en luz, los sólidos en líquido y el líquido en vapor.
Agua para regar de vida, llorar las penas, transpirar el esfuerzo, fluir y confluir.
¿Y no hay un quinto elemento?
Aristóteles lo llamó aither y lo describió como superior, habitante de los cielos. Para otros pensadores, fue un esbozo de panacea universal.
En este humilde blog, creemos en la omnipresencia de los cuatro elementos, movidos por fuerzas que escapan aún de la compleja simplicidad del amor-odio. Porque suceden cosas que a veces no comprendemos.
Y en la búsqueda de un equilibrio entre la vida y la muerte, lo que hacemos y lo que queremos hacer, la incógnita y el descubrimiento, creemos que el quinto elemento es la comunicación.
Para comprender un poco más el medio ambiente en que vivimos y que construimos –o destruimos– a diario.
Para reflexionar sobre lo que nadie habla porque no quiere, no se anima o no se le ocurrió.
Para contribuir a una cultura que piense en el hoy como heredero global que no reniega de su pasado sino que aprende de él y proyecta un futuro mejor para todos.
Bienvenidos a nuestro espacio.
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