La fundadora de Enviro-schools (escuelas ambientales) de Nueva Zelandia presentó su trabajo en la Universidad de San Andrés frente a unos 100 educadores argentinos. Con una metodología pragmática, su propuesta es aprovechar el sistema educativo formal para que los niños y adolescentes fortalezcan su capacidad para proteger su entorno.
Así deslumbró con logros que van desde la mejora en las relaciones interpersonales de los estudiantes hasta el diseño y la construcción de aulas eco-amigables. Su programa ya desembarcó en Chile y sembró una incógnita: ¿puede implementarse en la Argentina?
Convocada por el Programa de Educación Ambiental de la Universidad de San Andrés junto a la Fundación Vida Silvestre, la arquitecta Heidi Mardon abrió su disertación con buenos augurios en maorí, en honor a la cultura originaria del país de los kiwis.
Luego contó cómo pasó de una profesión alejada de la educación a plasmar su fuerte compromiso social junto a los niños y jóvenes. Aunque los primeros siete años en los '90 fueron a pulmón junto a un grupo reducido de colaboradores, el mensaje que la condujo a trabajar hoy con el 25% de las escuelas de su país fue que "toda acción, por más pequeña que parezca, contribuye al cambio social".
Las columnas de su obra, admitió, pueden ser aplicables a otras naciones, tal como está sucediendo en Brunei y Singapur, y en el caso más cercano de Chile donde se desarrolla desde hace 3 años. Esos principios son:
Liderar proyectos concretos. La clave según Mardon es visualizar un plan donde los alumnos sean quienes consensuen un objetivo en favor de su escuela o comunidad, realicen un diagnóstico, definan las líneas de acción y las ejecuten. Así brotaron ejemplos de huertas escolares, proyectos de eficiencia energética, reciclaje o compostaje de residuos, y hasta la construcción de un prototipo de aula que calienta el agua con la energía del sol.
Para esta labor, el apoyo de profesionales externos es importante pero antes es fundamental fomentar internamente una democracia participativa. Al respecto, Heidi recomendó empezar por "mapas de visión" y "mapas de poder", para que los estudiantes reconozcan cuáles son las diferentes percepciones que hay en un grupo de trabajo sobre un mismo tema e identifiquen por dónde circula la toma de decisiones, incluyendo también a docentes y directivos.
Más de un oyente se sorprendió de la naturalidad con que la oradora planteó esa técnica y que varios calificaron como "revolucionaria" a decir por el estado actual del régimen escolar nacional. La apertura a ese mecanismo de participación ¿sumaría adeptos u opositores entre los docentes, directivos y supervisores de escuelas? Y a esa duda le siguieron ¿Cómo acoplaremos los proyectos a la currícula? y ¿Cómo financiaremos estas actividades?
"Caos controlable". Así llamó Mardon a los desafíos institucionales, sociales y políticos que los educadores argentinos aquejaron. Las dificultades están en cualquier parte y para superarlos explicó que sus docentes trabajan en red con la asistencia de facilitadores regionales.
Al mismo tiempo, los efectos de Enviroschools son multiplicadores. Puertas adentro de una escuela ambiental los estudiantes más experimentados trasmiten sus conocimientos a sus sucesores para que mantengan o mejoren el proyecto. A su vez, a través de jornadas intercolegiales, celebraciones abiertas a la comunidad o Internet, los resultados se comparten con otras escuelas, vecinos, funcionarios o empresarios que legitiman el trabajo y hasta pueden replicarlo o darle mayor apoyo.
En casi dos décadas de trabajo, participaron más de 200 mil estudiantes de los cuales ya hay universitarios o profesionles que siguen colaborando con esta misión. Por eso con su inspiradora lucidez Mardon simplemente respondió "Que nada los detenga".
Así deslumbró con logros que van desde la mejora en las relaciones interpersonales de los estudiantes hasta el diseño y la construcción de aulas eco-amigables. Su programa ya desembarcó en Chile y sembró una incógnita: ¿puede implementarse en la Argentina?
Convocada por el Programa de Educación Ambiental de la Universidad de San Andrés junto a la Fundación Vida Silvestre, la arquitecta Heidi Mardon abrió su disertación con buenos augurios en maorí, en honor a la cultura originaria del país de los kiwis.
Luego contó cómo pasó de una profesión alejada de la educación a plasmar su fuerte compromiso social junto a los niños y jóvenes. Aunque los primeros siete años en los '90 fueron a pulmón junto a un grupo reducido de colaboradores, el mensaje que la condujo a trabajar hoy con el 25% de las escuelas de su país fue que "toda acción, por más pequeña que parezca, contribuye al cambio social".
Las columnas de su obra, admitió, pueden ser aplicables a otras naciones, tal como está sucediendo en Brunei y Singapur, y en el caso más cercano de Chile donde se desarrolla desde hace 3 años. Esos principios son:
- Empoderamiento: fortalecer en los estudiantes sus capacidades para participar de una manera significativa en la vida de sus colegios y comunidades.
- Aprendizaje para la sustentabilidad: se trata de cuidar el futuro hoy, permitiendo que las experiencias sirvan a las generaciones venideras.
- Perspectivas de los pueblos originarios: valorar conocimientos indígenas que honran la tierra.
- Respeto a la diversidad cultural: sobre todo en países como en la Argentina, crisol de razas.
- Comunidades sustentables: trascender las aulas y extender estos principios hacia el barrio.
Liderar proyectos concretos. La clave según Mardon es visualizar un plan donde los alumnos sean quienes consensuen un objetivo en favor de su escuela o comunidad, realicen un diagnóstico, definan las líneas de acción y las ejecuten. Así brotaron ejemplos de huertas escolares, proyectos de eficiencia energética, reciclaje o compostaje de residuos, y hasta la construcción de un prototipo de aula que calienta el agua con la energía del sol.
Para esta labor, el apoyo de profesionales externos es importante pero antes es fundamental fomentar internamente una democracia participativa. Al respecto, Heidi recomendó empezar por "mapas de visión" y "mapas de poder", para que los estudiantes reconozcan cuáles son las diferentes percepciones que hay en un grupo de trabajo sobre un mismo tema e identifiquen por dónde circula la toma de decisiones, incluyendo también a docentes y directivos.
Más de un oyente se sorprendió de la naturalidad con que la oradora planteó esa técnica y que varios calificaron como "revolucionaria" a decir por el estado actual del régimen escolar nacional. La apertura a ese mecanismo de participación ¿sumaría adeptos u opositores entre los docentes, directivos y supervisores de escuelas? Y a esa duda le siguieron ¿Cómo acoplaremos los proyectos a la currícula? y ¿Cómo financiaremos estas actividades?
"Caos controlable". Así llamó Mardon a los desafíos institucionales, sociales y políticos que los educadores argentinos aquejaron. Las dificultades están en cualquier parte y para superarlos explicó que sus docentes trabajan en red con la asistencia de facilitadores regionales.
Al mismo tiempo, los efectos de Enviroschools son multiplicadores. Puertas adentro de una escuela ambiental los estudiantes más experimentados trasmiten sus conocimientos a sus sucesores para que mantengan o mejoren el proyecto. A su vez, a través de jornadas intercolegiales, celebraciones abiertas a la comunidad o Internet, los resultados se comparten con otras escuelas, vecinos, funcionarios o empresarios que legitiman el trabajo y hasta pueden replicarlo o darle mayor apoyo.
En casi dos décadas de trabajo, participaron más de 200 mil estudiantes de los cuales ya hay universitarios o profesionles que siguen colaborando con esta misión. Por eso con su inspiradora lucidez Mardon simplemente respondió "Que nada los detenga".
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