Las relaciones entre China y Argentina

Este domingo se cumplió el 40° Aniversario del establecimiento formal de las relaciones entre la República Argentina y la República Popular China. No obstante ello, poco se conoce aún de los vínculos económicos entre los dos países, que resulta imprescindible conocer y analizar. Un dato es la influencia del mercado chino en la sojización del campo argentino. Otro es la presencia de empresas chinas, por ejemplo una minera que también quiso explotar el Famatina. Aquí presentamos un completo artículo de Ignacio Frechero sobre este tema, que también nos permite rediscutir las nuevas formas en que puede presentarse el colonialismo.




“China y Argentina. 
El amanecer de un vínculo asimétrico”

Por Lic. Jorge Ignacio Frechero. 
(CEIPIL-UNCPBA)
Para ComAmbiental.



En los últimos años se ha registrado tanto en Argentina como en otros países de la región un gran entusiasmo por acrecentar los vínculos y los intercambios de diversa índole con la milenaria China. Sin embargo, en lo que respecta a la Argentina, los crecientes vínculos e intercambios comerciales con China que se han venido gestando en la última década obligan a repensar la política exterior a efectos de adoptar una estrategia acorde que permita mitigar las importantes asimetrías existentes, evitar la repetición de errores del pasado en lo que respecta al acercamiento a una gran potencia y encauzar la relación bilateral en virtud de nuestros intereses colectivos. China, su apertura y su ascenso suponen en definitiva oportunidades de cooperación pero también enormes amenazas y desafíos si de manera imprudente el gobierno de turno o ciertos sectores del empresariado nacional se lanzan a cautivar sin reparos al coloso asiático.



¿China como modelo? 

Es común leer o escuchar que China representa un exitoso modelo de reforma económica a emular para los países subdesarrollados, donde destaca el rol del Estado y las altísimas tasas de crecimiento registradas desde 1978. China está hoy calificando en variables de poder económico, militar y político por encima de potencias como Francia, Gran Bretaña, Alemania, Japón, Rusia e India. Ahora bien, es necesario desmitificar lo que se conoce como el “milagro chino”, sopesar el entusiasmo sobre el ascenso de China, y refrenar la idea de que los vínculos bilaterales con Argentina (y el resto de los países latinoamericanos) se expandan sin mayores reparos, en particular en lo que respecta a los intercambios comerciales y la atracción de capitales.

Ciertamente, el vertiginoso ascenso económico posee una contracara de obstáculos, desafíos y debilidades bien marcados que pondrán a prueba la potencialidad de crecimiento a futuro. Por un lado, China es todavía un país pobre en términos de su ingreso per capita, estimado en aproximadamente 5.000 dólares anuales, lo que equivale sólo al 10% de los ingresos registrados en Estados Unidos y Europa. Este bajo registro se conjuga con una abismal desigualdad y una aguda concentración de los ingresos, siendo el 90% de la riqueza acaparada por el 1% más rico de la población.

Asimismo, los problemas ambientales se han vuelto verdaderamente acuciantes de la mano de este crecimiento. China ha remplazado recientemente a los Estados Unidos como principal emisor mundial de gases de efecto invernadero. A causa del creciente parque automotriz, las industrias contaminantes y las numerosas plantas procesadoras de carbón, la calidad del aire se ha deteriorado en las principales ciudades. En las zonas rurales, la masificación del uso de fertilizantes y agrotóxicos para apuntalar la productividad de la agricultura ha contaminado buena parte de las cuencas hídricas.

Y como un último gran desafío, debe sumarse que China no es una democracia. El sistema de gobierno es autoritario, regido por actores que se imponen en contiendas intrapartidistas y burocráticas libradas a puertas cerradas en Pekín. Lejos de ser China una “sociedad armónica”, se han registrado al compás de las transformaciones importantes conflictos sociales con base en diferentes reclamos: mayor democratización, mejores condiciones de vida, reconocimiento de autonomía política en el caso del Tíbet, etc.

China y América Latina

El carácter actual de los vínculos con China se remonta a la finalización de la Guerra Fría. Fue entonces cuando la desideologización de la política exterior del gigante asiático y el auge del proceso de globalización facilitaron una fuerte expansión económica de las relaciones sino-latinoamericanas. En efecto, las exportaciones de América Latina y el Caribe a China aumentaron en forma súbita desde los 1.500 millones de dólares en 1990 a 5.400 millones en 2000, mientras que las importaciones crecieron en más de cinco veces. En esta última década, el comercio de bienes de China con la región ha sido el más dinámico, tanto en exportaciones como en importaciones. En el período 2005-2010, las tasas de crecimiento de las exportaciones de China hacia América Latina y el Caribe y de sus importaciones desde esta región duplicaron las de sus exportaciones e importaciones totales.

De acuerdo con un estudio reciente de la CEPAL, el avance comercial chino en la región ha sido parejo, no sólo vertiginoso. China se ha transformado en un socio comercial de mucho mayor peso para la mayoría de los países de América Latina. Así, como destino de exportaciones, aumentó su participación en 14 de 17 países seleccionados y fue uno de los 5 principales destinos de 7 países: la Argentina, el Brasil, Chile, Costa Rica, el Perú, el Uruguay y Venezuela. Como fuente de importaciones, China mejoró su ubicación en todos los países considerados y se convirtió en uno de los 5 principales orígenes para 16 de los 17 países. Este es un cambio estructural muy relevante en la matriz del comercio exterior regional y se ha gestado en un lapso muy reducido.

Pero lo importante sobre lo que se debe llamar la atención es la pregunta sobre ¿qué intereses persigue esta potencia en los países del subcontinente? Bueno, para China la importancia estratégica de América Latina yace en su doble condición de a) reservorio de materias primas, alimentos y recursos naturales necesarios para la prosecución de su industrialización —no debe perderse de vista que China importa el 30% del petróleo que consume, el 45% del mineral de hierro, el 44% de otros metales no ferrosos y una proporción cada vez más alta de productos agrícolas— y b) como otro importante mercado para volcar su excedente de manufacturas. El patrón de intercambio comercial y de inversiones en los últimos años refleja dicho interés: minería y forestación (Perú y Chile), pesca y petróleo (Argentina y Venezuela), mineral de hierro y acero (Brasil), producción de alimentos (Brasil, Chile, Argentina y Perú) y minería (Perú, Colombia, Chile).

De esta forma, detrás de los cantos de sirena, se esconde el peligro de un comercio asimétrico que conduzca a la reedición de lazos de dependencia económica y a una inserción internacional de América Latina subordinada a los dictados de una gran potencia distante. La relación Latinoamérica-China por tanto parece no asemejarse a una relación Sur-Sur, como se ha promocionado, sino más bien al clásico esquema comercial Norte-Sur y al patrón inversor de tipo extractivo-británico del siglo XIX, sobre el cual la Argentina ofrece importantes lecciones.

Además, desde nuestra perspectiva, la voraz escala de la demanda y el modus operandi de las actividades extractivas que a China le interesa en la región (megaminería a cielo abierto, por ejemplo) supone un gran peligro para el desarrollo socio-ambiental sustentable y soberano de nuestros países.

Desafíos para la Argentina

La Argentina no escapa al cuadro regional presentado previamente. China supone para la Argentina dos grandes categorías de desafíos que están estrechamente interrelacionadas: 1) los impactos socio-ambientales negativos producto de la eventual expansión de actividades económicas de tipo extractivo bajo control chino en suelo nacional y 2) el establecimiento de lo que en las Relaciones Internacionales se conoce como una nueva relación de dependencia económica.

Con respecto a lo primero, hay tres casos que grafican la preocupación aquí expresada:

a) el intento de establecimiento desde 2007 de una minera china en Campana Mahuida, Neuquén, para explotar un yacimiento de cobre y oro —para el cual volarían el cerro y abrirían un cráter de 150 hectáreas por 500 metros de profundidad— en tierras pertenecientes a la comunidad mapuche Mellao Morales, que suscitó la resistencia férrea y activa de dicha comunidad y de numerosos colectivos a lo largo de la provincia,

b) la adquisición y gestión desde 2005 de la estratégica mina de hierro Sierra Grande en la provincia de Río Negro por capitales chinos, operada en su mayoría por empleados traídos de China y cuya producción es exportada íntegramente hacia allí y

c) los convenios firmados en 2010 por el entonces gobernador de Río Negro Miguel Saiz y la empresa Heilongjiang Beidahuang State Farms Business Trade Group, una de las corporaciones agroindustriales más grandes del planeta, por el cual ésta pretendía explotar 330.000 hectáreas para la producción de soja transgénica y en menor medida de frutas y hortalizas, a cambio de una inversión de 1.500 millones de dólares —el negocio incluía exenciones y estabilidad fiscal, oficinas e instalaciones gratis, un campo experimental gratuito de 3.000 hectáreas y la prioridad para operar en el puerto de San Antonio Este por 50 años así como un nuevo puerto propio en Punta Colorada, facilitándole a la empresa la exclusiva exportación de los alimentos que produjera. El peligro sin embargo no son estas onerosas concesiones del poder político de turno, sino el impacto ambiental que ocasionaría la expansión a gran escala de la frontera sojera a nuevos territorios en Río Negro a causa del uso intensivo de agrotóxicos y la gran demanda de agua, acelerando el proceso ya en curso de desertificación que, de acuerdo con el INTA, es el principal problema ecológico de la provincia.

La segunda categoría de desafíos, que nos remite al establecimiento de nuevos lazos de dependencia económica —a priori similares a los que tuvo el país con Gran Bretaña en la época del modelo agro-exportador—, resulta más clara si se observa el patrón reciente de los intercambios comerciales bilaterales. En tal sentido, en la última década las exportaciones argentinas hacia China han estado concentradas en un 80% en productos del complejo sojero, lo que ha motivado que tanto desde dentro y fuera del gobierno en Buenos Aires haya preocupación por la “soja-dependencia” con el país asiático. Esta situación contrasta en cambio con la diversificación de las importaciones provenientes de China, en las que el principal rubro representa apenas el 4% del total y donde el 99% son productos no agrícolas, destacándose los bienes de capital y los bienes intermedios.

El déficit comercial bilateral registrado en contra de la Argentina a partir 2008 se sumó a este trasfondo para desatar un período de importantes tensiones comerciales en el que el país sudamericano adoptó numerosas medidas anti-dumping para frenar importaciones chinas; esto a su vez motivó la cancelación por parte de Beijing de las compras de aceite de soja argentino a comienzos de 2010 por un valor de 2.000 millones de dólares (que significaban 600 millones en retenciones a la exportación). La rápida reprogramación de la visita oficial de Cristina Fernández de Kirchner a su par Hu Jintao para julio de aquel año permitió negociar la reanudación de las operaciones de compra, pero reveló a la par la trascendental importancia que ha cobrado China para la inserción económica internacional de la Argentina.

Vale señalar que en aquella visita, entre los 18 convenios bilaterales suscritos se destacó el acuerdo sobre la compra de material y tecnología para el ramal Belgrano Cargas por un monto de 2.500 millones de dólares a las empresas estatales chinas China Northern Railway (CNR) y China Southern Railway (CSR). Allí se estipuló que el capital para la operación provendrá en un 85% vía préstamos de los bancos China National Machinery & Equipment Import & Export Corp y Development Bank Corp, obtenidos en una baja tasa y a pagar en 19 años. Pero más allá de esta aparente ventaja, la función de dichos bancos radica en establecer los condicionamientos que deberán cumplirse para el financiamiento, siendo el fundamental que la compra de la totalidad de los equipos y tecnología sea de origen chino. Se trata pues del mismo modus operandi que históricamente ha caracterizado al Eximbank de los Estados Unidos.

La recuperación del sistema ferroviario nacional es una deuda acuciante y debe celebrarse ciertamente que sea atendida por el gobierno, pero todo esfuerzo en este sentido debe tener un sentido estratégico y adecuado a los intereses más vitales del país. Los supuestos beneficios de los acuerdos con China esconden por detrás el peligro de una nueva dependencia con una potencia industrial y el desaprovechamiento de las capacidades nacionales.

Corrigiendo el rumbo

La relación con China hoy ofrece un panorama que no es promisorio y que tiende a agravarse. Las asimetrías de poder y capacidad existentes entre los dos países, así como las lógicas de la diplomacia china y sus corporaciones, suponen un complejo desafío para la Argentina. China no es un tren al que la Argentina debe subirse sin importar la forma, como algunos políticos nacionales han insinuado, pues el peligro es que numerosos sectores y comunidades a lo largo de nuestro país sean embestidos por tamaña locomotora industrial.

Por tanto, la dirigencia argentina debe adoptar extrema prudencia, auto-crítica, conciencia y habilidad para reconocer estos desafíos y negociar en pos de nuestros intereses colectivos. Esto implica no enajenar los recursos naturales del país, poner en discusión en general el modelo de desarrollo extractivista, rever las onerosas concesiones ya efectuadas y sentar precedentes claros de negociación con la contraparte asiática. Asimismo, debe hacer todo lo posible por revertir la creciente concentración de su comercio exterior en dirección a China, diversificando aún más sus relaciones económicas.

Se tratan pues de medidas que requieren de mucho coraje, que van a contramano de la actual orientación del gobierno nacional y de la mayoría de los gobiernos en las provincias que ven a China como una fantástica oportunidad, pero que a la vez son irremediablemente necesarias para encauzar el país hacia un modelo de desarrollo sustentable, endógeno, autónomo e inclusivo.•

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