En este artículo, compartimos el análisis de Pablo Gavirati sobre el debate que provocó la reciente visita del Presidente de China en el marco de la Cumbre de los BRICS, que motivó también la presencia del Presidente de Rusia. A partir de una mirada histórica, se propone reflexionar en una interpretación alternativa del fin de la Guerra Fría, que se explica por el acercamiento entre EEUU y China. Esta relación económica iniciada en 1979 trae como una consecuencia paradójica el actual enfrentamiento entre las dos potencias, aunque unidas en el ideario del desarrollo económico.
Visitas BRICS
La reciente visita del Presidente de la República Popular China, Xi Jinping, motivó un gran número de lecturas en el medio local. En principio, resulta relevante que esto haya ocurrido, ya que en general el análisis -ya sea periodístico como también desde las ciencias sociales- conserva aún una fuerte impronta eurocéntrica. Desde este punto de vista, a pesar de que la región del Asia del Este ocupa un lugar relevante en el sistema-mundo desde hace décadas, es poco aún lo que se conoce desde América Latina más allá del relativo interés sobre los llamados "milagros" económicos en Japón, Corea del Sur y China.
Por diferentes motivos, que pueden interpretarse en sintonía con intereses económicos y políticos, el lugar que China ocupa en el pensamiento argentino es variable. Por un lado, las visitas oficiales de las delegaciones chinas, desde los tiempos de la presidencia de Néstor Kirchner, convocaron grandes expectativas, que en principio se vieron defraudadas bajo el tópico orientalista de "cuentos chinos". Por otro lado, más recientemente, el vínculo con China se percibe como una gran oportunidad para impulsar cierta idea de liberación tercermundista. Entre hacer grandes negocios e impulsar causas más justas, el nombre de China aparece unido a las imaginaciones propias.
Esta disyuntiva, por cierto, se ha consolidado como tema central de debate. De hecho, recientemente se celebró el "Tercer Encuentro entre investigadores de relaciones internacionales argentinos y chinos", a partir del convenio existente entre el CONICET y el CICIR (Instituto de Relaciones Internacionales de China). Bajo el eje "Las relaciones estratégicas sino-argentinas y sus nuevas circunstancias", se elaboraron muy relevantes debates acerca del carácter de las relaciones económicas entre ambos países. En síntesis, sobre su caracterización como un comercio beneficioso según las ventajas comparativas o la presencia de un patrón de intercambio desigual tipo Norte - Sur.
Sin embargo, hasta aquí el debate se ha centrado en la dimensión económica, que resulta de suma importancia, pero que no agota los análisis necesarios para comprender el rol de China. En tal sentido, la visita del Presidente Xi Jinping el pasado viernes fue publicitada por la firma de numerosos acuerdos, como el financiamiento de las represas en el Río Santa Cruz. No obstante ello, su llegada estuvo relacionada con la realización de la Cumbre de los países BRICS en Brasil. En tal sentido, debemos interpretarla como una apuesta geopolítica, en el marco de la alianza estratégica de China con India, Rusia, Brasil y Sudáfrica, en ese orden de importancia estratégica, como modo de inserción en el sistema-mundo.
Del mismo modo, también tuvimos la presencia en nuestro país del Presidente de Rusia, Vladimir Putin, por el mismo motivo que su par chino. La noticia llegó de la mano con otra, relacionada con el derribo de un avión en la zona de combate en Ucrania, por lo cual se llegó a aventurar si se trata del inicio de una posible reedición de la Guerra Fría entre Rusia (principal actor de la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS) y los Estados Unidos de América. Si bien existieron lecturas en clave geo-política, la mayoría deja por fuera el rol histórico que tuvo la República Popular China en este conflicto.
El triunfo del Capitalismo
Antes de hablar sobre el rol de China en la Guerra Fría, recordemos la importancia que tiene este conflicto geopolítico en la configuración del actual mundo de la globalización. Fue en este contexto, como explica Arturo Escobar, que Estados Unidos impulsó el ideario del Desarrollo como principio rector de su política exterior. En principio, estuvo relacionado con el Plan Marshall para la reconstrucción de Europa, pero también el apoyo decisivo a la reconstrucción de Japón. América Latina también se llevó su parte con la Doctrina Monroe, reelaborada luego con la “Alianza para el Progreso”.
Así, el discurso del desarrollo, aunque suele pensarse como un concepto económico, reviste más bien una importancia geopolítica. En aquel contexto histórico, permitió articular estas políticas como “ayuda” de EEUU al resto del mundo, con el objetivo trascendente de fortalecer el bloque del Oeste frente a la amenaza del bloque del Este, comunista. Es decir, como forma de demostración que bajo el sistema capitalista también podían ejercerse políticas integrales que permitan alcanzar el bienestar social, mediante la planificación -aunque fuera limitada- del Estado.
De este modo, los planes de desarrollo se intensificaron allí donde el bloque capitalista tenía fronteras "calientes", en el marco de la Guerra Fría. En el caso de Europa, en la Alemania dividida, vecina de URSS. En el caso de Japón, con la frontera en la península de Corea, también dividida, y con la vista puesta en China. En el caso de América Latina, hubo por ello mismo una atención secundaria, que fue parcialmente revertida con el triunfo de la Revolución Cubana. Con esta lógica, quedó fuera del mapa del desarrollo el continente africano.
En este punto, nos interesa resaltar que no existen consideraciones relevantes sobre la importancia de la "frontera asiática" con el fin de la Guerra Fría, que se restringen más bien al hito de la caída del Muro de Berlín (es decir, la "frontera europea"). Sin embargo, una década antes, sucedía un hecho histórico de gran trascendencia, que fue el acercamiento político y económico entre EEUU y China. Luego del fracaso de Estados Unidos en Vietnam, la potencia hegemónica aprovechó el distanciamiento del gigante asiático con la URSS para establecer una nueva política en la región.
Así, la visita del Presidente Richard Nixon a China en 1972, recibido por un anciano Mao Zedong, fue el primer antecedente para el acercamiento entre ambos países y el "deshielo" en China. Ya en 1979, la reunión entre el Presidente Jimmy Carter y su par chino Deng Xiaoping, señala el inicio simbólico de la “apertura económica” y la etapa post-maoísta, que perdura hasta el presente. Por supuesto, este proceso histórico se aceleró en 2001 con el ingreso de China en la Organización Mundial del Comercio, pero no puede entenderse sin lo ocurrido desde la década de los ochenta.
La consecuencia del fin de la Guerra Fría ya es más conocida. El triunfalismo en el bloque capitalista fue el germen para hablar del "fin de la historia" desde la perspectiva (neo)liberal y la confianza en la consolidación de sociedades democráticas con economía de libre-mercado. Sin embargo, como interesante paradoja de la historia, el mismo acontecimiento que aceleró este cambio es un factor relevante que pone en cuestión este orden hegemónico liderado por Estados Unidos. Al menos para algunos sectores de la potencia hegemónica, el constante crecimiento chino supone una amenaza a su supremacia geopolítica.
¿Una nueva confrontación?
Los analistas del campo internacionalista que son dados a concebir nuevos títulos para realidades emergentes han elaborado en este siglo XXI el término "G-2". La primera impresión de este concepto es de renovación, porque se posiciona frente a los análisis predominantes sobre el enfrentamiento entre EEUU (como líder del G-8 de los países desarrollados) y de China (como referente del G-77 de los países en desarrollo). No obstante ello, el argumento principal se dirige a la importancia de las relaciones económicas entre ambos países, sin enfatizar en la trama histórica de esta relación.
Desde la perspectiva de la Ecología Política, una interpretación del rol de EEUU y de China en el actual sistema-planeta resulta de suma relevancia. Los estudios críticos sobre el desarrollo comparten el diagnóstico del desplazamiento entre el conflicto Oeste - Este hacia el conflicto Norte - Sur luego de la Guerra Fría. Sin embargo, la discusión está puesta en si existe punto de comparación entre el nivel de conflictividad de ambos periodos, no en términos militares, sino a nivel de debate entre modelos diferentes a nivel político y económico.
En principio, la Guerra Fría buscaba dirimir un fuerte debate ideológico entre dos modos de vida contrapuestos, como el capitalismo proclamado por EEUU y el socialismo de la URSS. En la actualidad, sobre todo si aceptamos que el grupo BRICS supone una amenaza a la hegemonía estadounidense, la lucha está dada al interior de la economía-mundo capitalista. O, visto de otra perspectiva, el resultado del primer conflicto fue el triunfo global del paradigma del desarrollo, que tuvo como virtud elaborar una versión menos salvaje del capitalismo. Un modelo económico incorporada, no sin cierto pragmatismo, por la dirigencia china.
Sea como fuera, en las dos interpretaciones aquí esbozadas, se trata de una lucha por posiciones dentro del mismo mundo ideológico, del capitalismo o del desarrollo. Desde mi investigación particular, he observado este punto en el caso ejemplar de las negociaciones sobre cambio climático. En la posición de China, el punto de rebeldía es la denuncia a la contaminación histórica ejercida por los países desarrollados. Sin embargo, la propuesta propia señala el "derecho al desarrollo", que en otros términos es el derecho a contaminar. En ambos puntos, se trata de seguir con el mismo modelo civilizatorio.
Desde este punto de vista, más que el orden neoliberal, el camino más cercano al "fin de la historia" está presentado por este ideario del desarrollo, por el cual todos los países se inscriben en una lucha por obtener beneficios para su crecimiento económico. Así, se explica por ejemplo el acuerdo al que llegó EEUU con China (el G-2) en la Cumbre de Copenhague sobre Cambio Climático de 2009. Por supuesto, la historia nunca llegará a su fin, mientras existen caminos genuinamente alternativos, expresados por diversos pueblos y movimientos sociales, sobre todo en América Latina.
Y por cierto, entre los actuales gobiernos latinoamericanos, algunos se posicionan más cerca del cuestionamiento del orden capitalista mundial. El caso más relevante es el Presidente de Bolivia, Evo Morales, quien en junio aprovechó el 50° aniversario del G-77 para realizar una cumbre con el lema “Hacia un nuevo orden mundial para Vivir Bien”. Sin embargo, este no es siquiera el discurso principal del UNASUR, mucho menos lo es para el grupo de países BRICS, particularmente de China, pero tampoco de sus socios.
En definitiva, el ascenso de China como principal economía de los "gigantes emergentes" es un dato relevante del análisis geopolítico. Sin embargo, la proclamación de un "nuevo orden mundial", en vínculo con las posiciones de Rusia parecen lejanas, a menos que nos restrinjamos a la distribución de poder (como lo fue en su momento desde Inglaterra al propio EEUU). Volviendo al inicio de estas breves reflexiones, el debate sobre la relación entre América Latina y China es de vital trascendencia para poder imaginar nuevos mundos, más allá del ideario del desarrollo capitalista.
Ver también:
Jorge Ignacio Frechero: "China y Argentina. El amanecer de un vínculo asimétrico" (2012).
COLUMNA DE OPINIÓN
Por Pablo Gavirati
Grupo de Estudios del Este Asiático (IIGG, UBA)
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El encuentro Mao - Nixon en 1972 significó el principio del fin de la Guerra Fría. |
Visitas BRICS
La reciente visita del Presidente de la República Popular China, Xi Jinping, motivó un gran número de lecturas en el medio local. En principio, resulta relevante que esto haya ocurrido, ya que en general el análisis -ya sea periodístico como también desde las ciencias sociales- conserva aún una fuerte impronta eurocéntrica. Desde este punto de vista, a pesar de que la región del Asia del Este ocupa un lugar relevante en el sistema-mundo desde hace décadas, es poco aún lo que se conoce desde América Latina más allá del relativo interés sobre los llamados "milagros" económicos en Japón, Corea del Sur y China.
Por diferentes motivos, que pueden interpretarse en sintonía con intereses económicos y políticos, el lugar que China ocupa en el pensamiento argentino es variable. Por un lado, las visitas oficiales de las delegaciones chinas, desde los tiempos de la presidencia de Néstor Kirchner, convocaron grandes expectativas, que en principio se vieron defraudadas bajo el tópico orientalista de "cuentos chinos". Por otro lado, más recientemente, el vínculo con China se percibe como una gran oportunidad para impulsar cierta idea de liberación tercermundista. Entre hacer grandes negocios e impulsar causas más justas, el nombre de China aparece unido a las imaginaciones propias.
Esta disyuntiva, por cierto, se ha consolidado como tema central de debate. De hecho, recientemente se celebró el "Tercer Encuentro entre investigadores de relaciones internacionales argentinos y chinos", a partir del convenio existente entre el CONICET y el CICIR (Instituto de Relaciones Internacionales de China). Bajo el eje "Las relaciones estratégicas sino-argentinas y sus nuevas circunstancias", se elaboraron muy relevantes debates acerca del carácter de las relaciones económicas entre ambos países. En síntesis, sobre su caracterización como un comercio beneficioso según las ventajas comparativas o la presencia de un patrón de intercambio desigual tipo Norte - Sur.
Sin embargo, hasta aquí el debate se ha centrado en la dimensión económica, que resulta de suma importancia, pero que no agota los análisis necesarios para comprender el rol de China. En tal sentido, la visita del Presidente Xi Jinping el pasado viernes fue publicitada por la firma de numerosos acuerdos, como el financiamiento de las represas en el Río Santa Cruz. No obstante ello, su llegada estuvo relacionada con la realización de la Cumbre de los países BRICS en Brasil. En tal sentido, debemos interpretarla como una apuesta geopolítica, en el marco de la alianza estratégica de China con India, Rusia, Brasil y Sudáfrica, en ese orden de importancia estratégica, como modo de inserción en el sistema-mundo.
Del mismo modo, también tuvimos la presencia en nuestro país del Presidente de Rusia, Vladimir Putin, por el mismo motivo que su par chino. La noticia llegó de la mano con otra, relacionada con el derribo de un avión en la zona de combate en Ucrania, por lo cual se llegó a aventurar si se trata del inicio de una posible reedición de la Guerra Fría entre Rusia (principal actor de la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS) y los Estados Unidos de América. Si bien existieron lecturas en clave geo-política, la mayoría deja por fuera el rol histórico que tuvo la República Popular China en este conflicto.
El triunfo del Capitalismo
Antes de hablar sobre el rol de China en la Guerra Fría, recordemos la importancia que tiene este conflicto geopolítico en la configuración del actual mundo de la globalización. Fue en este contexto, como explica Arturo Escobar, que Estados Unidos impulsó el ideario del Desarrollo como principio rector de su política exterior. En principio, estuvo relacionado con el Plan Marshall para la reconstrucción de Europa, pero también el apoyo decisivo a la reconstrucción de Japón. América Latina también se llevó su parte con la Doctrina Monroe, reelaborada luego con la “Alianza para el Progreso”.
Así, el discurso del desarrollo, aunque suele pensarse como un concepto económico, reviste más bien una importancia geopolítica. En aquel contexto histórico, permitió articular estas políticas como “ayuda” de EEUU al resto del mundo, con el objetivo trascendente de fortalecer el bloque del Oeste frente a la amenaza del bloque del Este, comunista. Es decir, como forma de demostración que bajo el sistema capitalista también podían ejercerse políticas integrales que permitan alcanzar el bienestar social, mediante la planificación -aunque fuera limitada- del Estado.
De este modo, los planes de desarrollo se intensificaron allí donde el bloque capitalista tenía fronteras "calientes", en el marco de la Guerra Fría. En el caso de Europa, en la Alemania dividida, vecina de URSS. En el caso de Japón, con la frontera en la península de Corea, también dividida, y con la vista puesta en China. En el caso de América Latina, hubo por ello mismo una atención secundaria, que fue parcialmente revertida con el triunfo de la Revolución Cubana. Con esta lógica, quedó fuera del mapa del desarrollo el continente africano.
En este punto, nos interesa resaltar que no existen consideraciones relevantes sobre la importancia de la "frontera asiática" con el fin de la Guerra Fría, que se restringen más bien al hito de la caída del Muro de Berlín (es decir, la "frontera europea"). Sin embargo, una década antes, sucedía un hecho histórico de gran trascendencia, que fue el acercamiento político y económico entre EEUU y China. Luego del fracaso de Estados Unidos en Vietnam, la potencia hegemónica aprovechó el distanciamiento del gigante asiático con la URSS para establecer una nueva política en la región.
Así, la visita del Presidente Richard Nixon a China en 1972, recibido por un anciano Mao Zedong, fue el primer antecedente para el acercamiento entre ambos países y el "deshielo" en China. Ya en 1979, la reunión entre el Presidente Jimmy Carter y su par chino Deng Xiaoping, señala el inicio simbólico de la “apertura económica” y la etapa post-maoísta, que perdura hasta el presente. Por supuesto, este proceso histórico se aceleró en 2001 con el ingreso de China en la Organización Mundial del Comercio, pero no puede entenderse sin lo ocurrido desde la década de los ochenta.
La consecuencia del fin de la Guerra Fría ya es más conocida. El triunfalismo en el bloque capitalista fue el germen para hablar del "fin de la historia" desde la perspectiva (neo)liberal y la confianza en la consolidación de sociedades democráticas con economía de libre-mercado. Sin embargo, como interesante paradoja de la historia, el mismo acontecimiento que aceleró este cambio es un factor relevante que pone en cuestión este orden hegemónico liderado por Estados Unidos. Al menos para algunos sectores de la potencia hegemónica, el constante crecimiento chino supone una amenaza a su supremacia geopolítica.
¿Una nueva confrontación?
Los analistas del campo internacionalista que son dados a concebir nuevos títulos para realidades emergentes han elaborado en este siglo XXI el término "G-2". La primera impresión de este concepto es de renovación, porque se posiciona frente a los análisis predominantes sobre el enfrentamiento entre EEUU (como líder del G-8 de los países desarrollados) y de China (como referente del G-77 de los países en desarrollo). No obstante ello, el argumento principal se dirige a la importancia de las relaciones económicas entre ambos países, sin enfatizar en la trama histórica de esta relación.
Desde la perspectiva de la Ecología Política, una interpretación del rol de EEUU y de China en el actual sistema-planeta resulta de suma relevancia. Los estudios críticos sobre el desarrollo comparten el diagnóstico del desplazamiento entre el conflicto Oeste - Este hacia el conflicto Norte - Sur luego de la Guerra Fría. Sin embargo, la discusión está puesta en si existe punto de comparación entre el nivel de conflictividad de ambos periodos, no en términos militares, sino a nivel de debate entre modelos diferentes a nivel político y económico.
En principio, la Guerra Fría buscaba dirimir un fuerte debate ideológico entre dos modos de vida contrapuestos, como el capitalismo proclamado por EEUU y el socialismo de la URSS. En la actualidad, sobre todo si aceptamos que el grupo BRICS supone una amenaza a la hegemonía estadounidense, la lucha está dada al interior de la economía-mundo capitalista. O, visto de otra perspectiva, el resultado del primer conflicto fue el triunfo global del paradigma del desarrollo, que tuvo como virtud elaborar una versión menos salvaje del capitalismo. Un modelo económico incorporada, no sin cierto pragmatismo, por la dirigencia china.
Sea como fuera, en las dos interpretaciones aquí esbozadas, se trata de una lucha por posiciones dentro del mismo mundo ideológico, del capitalismo o del desarrollo. Desde mi investigación particular, he observado este punto en el caso ejemplar de las negociaciones sobre cambio climático. En la posición de China, el punto de rebeldía es la denuncia a la contaminación histórica ejercida por los países desarrollados. Sin embargo, la propuesta propia señala el "derecho al desarrollo", que en otros términos es el derecho a contaminar. En ambos puntos, se trata de seguir con el mismo modelo civilizatorio.
Desde este punto de vista, más que el orden neoliberal, el camino más cercano al "fin de la historia" está presentado por este ideario del desarrollo, por el cual todos los países se inscriben en una lucha por obtener beneficios para su crecimiento económico. Así, se explica por ejemplo el acuerdo al que llegó EEUU con China (el G-2) en la Cumbre de Copenhague sobre Cambio Climático de 2009. Por supuesto, la historia nunca llegará a su fin, mientras existen caminos genuinamente alternativos, expresados por diversos pueblos y movimientos sociales, sobre todo en América Latina.
Y por cierto, entre los actuales gobiernos latinoamericanos, algunos se posicionan más cerca del cuestionamiento del orden capitalista mundial. El caso más relevante es el Presidente de Bolivia, Evo Morales, quien en junio aprovechó el 50° aniversario del G-77 para realizar una cumbre con el lema “Hacia un nuevo orden mundial para Vivir Bien”. Sin embargo, este no es siquiera el discurso principal del UNASUR, mucho menos lo es para el grupo de países BRICS, particularmente de China, pero tampoco de sus socios.
En definitiva, el ascenso de China como principal economía de los "gigantes emergentes" es un dato relevante del análisis geopolítico. Sin embargo, la proclamación de un "nuevo orden mundial", en vínculo con las posiciones de Rusia parecen lejanas, a menos que nos restrinjamos a la distribución de poder (como lo fue en su momento desde Inglaterra al propio EEUU). Volviendo al inicio de estas breves reflexiones, el debate sobre la relación entre América Latina y China es de vital trascendencia para poder imaginar nuevos mundos, más allá del ideario del desarrollo capitalista.
SOJA POR TRENES (Por Eduardo Soler).
Como se ha analizado ya desde ComAmbiental, el análisis de las relaciones con China desde la perspectiva ambiental influye en la caracterización del extractivismo. De hecho, la principal materia de exportación es la soja transgénica, mientras que de China se importan productos industriales, como la publicitada compra de trenes para la línea Sarmiento. Hace unos días, interpretamos también el conflicto laboral con obreros de insumos ferroviarios con este fenómeno. Es decir, el modelo agroexportador genera menores fuentes de trabajo local.
Ver también:
Jorge Ignacio Frechero: "China y Argentina. El amanecer de un vínculo asimétrico" (2012).
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