La ilusión consumista

Las declaraciones de Gónzalez Fraga sobre la restricción del consumo a los "empleados medios" ponen en cuestión un aspecto medular de nuestra sociedad. La crítica enfatiza el rechazo de que sólo algunos privilegiados puedan a acceder a determinados bienes. Sin embargo, el acuerdo consiste en que nuestra calidad de vida y estatus social se miden por nuestro nivel de consumismo.

Por Eduardo Soler

Las declaraciones ponen en riesgo el "pacto social" de la sociedad de consumo. Imagen.



El dirigente radical Javier González Fraga se convirtió en noticia por sus declaraciones en donde justificó las políticas del actual gobierno nacional. "Venimos de 12 años en donde las cosas se hicieron mal. Se alentó el sobreconsumo, se atrasaron las tarifas y el tipo de cambio. Le hiciste creer a un empleado medio que su sueldo medio servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior".

Las críticas vinieron sobre todo desde dirigentes de la oposición. El intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde, manifestó que se trata de una justificación del ajuste. Y criticó: "Tienen que ser cínicos o miserables para negarle la posibilidad de consumo y progreso a los trabajadores”. Del mismo modo, insistió: "¿Por qué progresar tiene que ser un privilegio?".

El primer punto a destacar, entonces, es que tanto desde el oficialismo como la oposición existe un acuerdo de que el progreso se mide a través del aumento del nivel de este tipo de consumo. Desde ya, la diferencia no es menor, y radica en quiénes pueden o deberían acceder a este nicho del mercado, en sintonía con el discurso de la meritocracia. No obstante, ambos sectores están por dentro de la ideología que defiende el modo de vida de la sociedad del consumo.

Desde las redes sociales, también se destacó el titular difundido por los medios sobre la compra de celulares y los viajes al exterior. En efecto, las declaraciones antipáticas tocaron un punto sensible del ciudadano de clase media, que seguramente incluye a gran parte de los votantes del PRO en la Ciudad de Buenos Aires y otras grandes urbes. Aquellos que con su trabajo llegaron a estos niveles de consumo en los últimos años.

Para González Fraga : "Eso era una ilusión. No digo que sea bueno o malo. Por supuesto que era bueno, pero no era normal". Interesa aquí destacar la argumentación final: "Digamos que no era sostenible". "Estamos sincerando la economía para que en lugar de tener una burbuja de crecimiento que alimente proyectos populistas tengamos décadas de crecimiento", completó.

Aquí, por un lado, se utiliza el discurso de lo sostenible para justificar políticas de ajuste fiscal, con el clásico argumento liberal de que se debe "recortar el gasto público". Pero la novedad radica en que las restricciones de la economía se aplican a la clase media, a la cual generalmente se separa del aparato "populista", ligado con los partidos peronistas. Es decir, el discurso del "crecimiento con inclusión".

En todo caso, la ideología del consumismo nos hace creer a todos que debemos medir nuestro progreso y nuestra felicidad por el acceso a determinados bienes de consumo. Un flujo de dinero que favorece las ganancias de un grupo de empresas transnacionales, como en el caso de los electrodomésticos y las automotrices. En este punto, como ya fue dicho, González Fraga no está en contra de este ideario del consumo, sino de quienes pueden acceder al mismo.

La paradoja, tal vez, radica en que fue justamente este impulso del consumo urbano el que produjo una demanda de dólares para comprar estos productos mayormente importados, o como mucho ensamblados en nuestro país. Un factor estructural que terminó desestabilizando al último gobierno de Cristina Fernández, por las medidas de restricción a la compra de dólares. Pues lo que no se modificó en los últimos años es la extranjerización de la economía.

En un nivel más profundo, el fomento de esta sociedad de consumo en una economía extranjerizada como la de Argentina, en donde la compra de automóviles necesita de divisas para la importación, genera la necesidad del extractivismo. En particular, la base generada por el modelo de agronegocios, en donde la exportación de granos deja los mayores ingresos de dólares en nuestro país. Y en el caso de la megaminería, donde se llevan también algunos minerales que luego vuelven al país como electrodomésticos.

Las críticas desde la izquierda clásica, entonces, debieran confrontarse con la experiencia socialista en Cuba. Allí, por causa del bloqueo o del embargo de Estados Unidos, el consumo de este tipo de productos se mantuvo muy bajo, por la misma razón de que la economía se mantuvo aislada del mercado global. Pero que en todo momento mantuvo tasas muy bajas de malnutrición o indigencia. Con los cambios iniciados por Raúl Castro, la pregunta radicará en qué pasará justamente con las desigualdades que impulsa el consumismo.

Por su parte, desde la derecha neoliberal, la restricción del consumo de las clases populares no se hace en pos de criticar el modelo de vida consumista, expresado en la American Way of Life. La caracterización realizada consiste en que un país "subdesarrollado" solo puede consentir que los sectores acomodados pueden acceder a estos privilegios. Sin embargo, su mayor triunfo es justamente imponer esta visión del mundo a todos los sectores, que quieren imitar este estilo de vida.

Desde la Ecología Política, se trata de una cuestión crucial, de gran complejidad. La crítica al consumismo es la crítica al derroche propio de las economías capitalistas, así como al paradigma del crecimiento que es necesariamente desigual por el modo en que se realiza esta producción. Del mismo modo, es la denuncia de los costos ocultos del consumismo, como podemos ver en la contaminación y el saqueo. El conflicto consiste tanto en la desigualdad con las futuras generaciones y con los distintos grupos sociales involucrados.

Así, el paradigma alternativo del "Buen Vivir" planteado primordialmente desde las comunidades andinas, implica valorizar otros elementos. Por ejemplo, disfrutar de la belleza misma de los paisajes naturales, de respirar aire puro, de comer alimentos sanos. Y sobre todo de las relaciones comunales no atravesadas por la mercantilización. Se trata por ello de un modo de vivir difícil de comprender en las grandes ciudades, que no tienen acceso cotidiano a estos paisajes desplazados por el cemento.

Por todo ello, las desafortunadas declaraciones de González Fraga, más que por sí mismas, son interesantes por las reacciones que genera. Predomina un modo de vida donde el trabajo no se disfruta por sí mismo, sino sólo por el sueldo que nos permite a acceder a estos bienes de consumo. En este contexto, afirmar que tampoco se llegará a estas recompensas genera la defraudación del "pacto social" que propone el consumismo.

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