La animación que dio vida al film de James Cameron augura cosechar varios premios de la industria cinematográfica aunque fuera en detrimento de su contenido. Las críticas apuntan a que los 150 minutos de duración no fueron suficientes para salir de los lugares trillados que marca la corporación hollywoodense. Acaso pudiera pedirse "peras al olmo".
Pero el objetivo de esta nota no es atentar contra las boleterías sino, por el contrario, generar un debate sobre el tratamiento que tuvo la trama. ¿Cómo se explicaría que el presidente Evo Morales la recomendara, mientras que el Vaticano y el gobierno de China le hicieran censuras?
Quizá la falencia salta a la vista cuando se la compara con otras películas o novelas mejor logradas, según escribió Horacio González en Página 12.
O tal vez los recursos no sean tan novedosos vistos desde la inventiva japonesa. En Evangelion ya se vieron a humanos introducirse en seres genéticamente creados. Y también, como un deja vú, se puede recorrer la geografía del Castillo en el Cielo o revivir el conflicto que suscita el "progreso" minero en Mononoke Hime, ambos anime de Hayao Miyazaki.
Lo que es indudable es la fuerte impronta que tiene el imaginario tecnológico en Avatar. Desde la hibridación de ADN humano con el local para crear los avatares, pasando por los robots militares y la informática panóptica, e incluso la conexión que tienen los nativos con los otros seres se visibiliza a través de su pelo de fibra óptica.
Criticable o no tanto, es un prisma que permite enfocar en la espiritualidad perdida del capitalismo más salvaje y depredador que por afán de un valor económico ve un simple árbol, arrasable como cualquier otro, en lugar de un totem sagrado cargado de identidad cultural, y cuyo maltrato implica maltratarse a sí mismo y a sus congéneres.
Dentro de un Avatar
Ponerse en la piel del otro aquí es literal. El protagonista no solo pudo comprender al "otro naturaleza hostil", o a la "otra raza", sino que encontró en el modo de vida Na'vi la afinidad con sus propios ideales, más que las diferencias.
Las similitudes no se terminan allí. La problemática no dista de la realidad de los pueblos asechados por las compañías mineras transnacionales que por ejemplo en Andalgalá, Catamarca, dejan grandes cráteres, contaminan con alta toxicidad bastos territorios y ponen en peligro las fuentes de agua potable desde sus nacientes.
Como bien expone la socióloga Norma Giarracca, se ve "la voracidad de una corporación minera acompañada por las bases militares para doblegar a la población, y por un grupo de científicos dispuestos a generar el conocimiento sobre el lugar para facilitar las necesidades de la empresa". La descripción del modelo "topadora", donde ciencia y fuerza represiva están al servicio de los fines económicos, no es casual.
Más allá de sus espejitos digitales, la película Avatar puede ser un disparador para la discusión ética sobre el modo de vida que llevamos y la finalidad de nuestras acciones desde el punto de vista político y social.
La promesa de una trilogía tal vez pueda subsanar las críticas negativas pero más enriquecedor sería si mientras tanto, desde el espacio que ocupamos cada uno con los demás podemos obtener nuestras propias respuestas, repreguntas y contrapropuestas.

Quizá la falencia salta a la vista cuando se la compara con otras películas o novelas mejor logradas, según escribió Horacio González en Página 12.
O tal vez los recursos no sean tan novedosos vistos desde la inventiva japonesa. En Evangelion ya se vieron a humanos introducirse en seres genéticamente creados. Y también, como un deja vú, se puede recorrer la geografía del Castillo en el Cielo o revivir el conflicto que suscita el "progreso" minero en Mononoke Hime, ambos anime de Hayao Miyazaki.
Lo que es indudable es la fuerte impronta que tiene el imaginario tecnológico en Avatar. Desde la hibridación de ADN humano con el local para crear los avatares, pasando por los robots militares y la informática panóptica, e incluso la conexión que tienen los nativos con los otros seres se visibiliza a través de su pelo de fibra óptica.
Criticable o no tanto, es un prisma que permite enfocar en la espiritualidad perdida del capitalismo más salvaje y depredador que por afán de un valor económico ve un simple árbol, arrasable como cualquier otro, en lugar de un totem sagrado cargado de identidad cultural, y cuyo maltrato implica maltratarse a sí mismo y a sus congéneres.
Dentro de un Avatar
Ponerse en la piel del otro aquí es literal. El protagonista no solo pudo comprender al "otro naturaleza hostil", o a la "otra raza", sino que encontró en el modo de vida Na'vi la afinidad con sus propios ideales, más que las diferencias.
Las similitudes no se terminan allí. La problemática no dista de la realidad de los pueblos asechados por las compañías mineras transnacionales que por ejemplo en Andalgalá, Catamarca, dejan grandes cráteres, contaminan con alta toxicidad bastos territorios y ponen en peligro las fuentes de agua potable desde sus nacientes.
Como bien expone la socióloga Norma Giarracca, se ve "la voracidad de una corporación minera acompañada por las bases militares para doblegar a la población, y por un grupo de científicos dispuestos a generar el conocimiento sobre el lugar para facilitar las necesidades de la empresa". La descripción del modelo "topadora", donde ciencia y fuerza represiva están al servicio de los fines económicos, no es casual.
Más allá de sus espejitos digitales, la película Avatar puede ser un disparador para la discusión ética sobre el modo de vida que llevamos y la finalidad de nuestras acciones desde el punto de vista político y social.
La promesa de una trilogía tal vez pueda subsanar las críticas negativas pero más enriquecedor sería si mientras tanto, desde el espacio que ocupamos cada uno con los demás podemos obtener nuestras propias respuestas, repreguntas y contrapropuestas.
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También, más repercusiones de la prensa.