El desmonte, una película que nadie quiere volver a ver

Crítica abierta de la 3º Consulta Ambiental

En la cartelera de los problemas ambientales, la deforestación continúa entre los titulares más grandes, casi tanto como los dos millones y medio de hectáreas de bosques nativos que se perdieron en la última década. Pero si se hiciera un documental para difundir el tema (que por cierto es necesario, como lo es en el caso de las mineras, y del que podría comenzarse con la difusión de material audiovisual de Greenpeace), aquella no sería la imagen más importante.

Jorge Cappato de la Fundación Proteger realizó una brillante síntesis argumental del proceso social que implican los desmontes en el norte del país. El actor principal, plasmado en el boom sojero, adquirió mayor visibilidad recién con la crisis agropecuaria originada en un lockout contra las retenciones móviles a la exportación de granos, tanto que el dirigente Alfredo De Angeli mereció el terminator de oro para la Asociación Piuke.

Resta ahora redescubrir al protagonista, a la verdadera persona de la tierra: el wichi que vive en y por el monte de Chaco, o el campesino que resiste con su familia en Santiago del Estero. Las organizaciones ambientalistas son en ese marco personajes secundarios, importantes porque trabajan para ayudarlos, y lograron el año pasado que el gobierno sancione la Ley de Bosques Nativos.


Sin embargo, mientras en cada escenario se preparan, o no, para implementar la norma a través del ordenamiento territorial (que debería extenderse a otras regiones como remarca vida Silvestre) la realidad sigue superando a la ficción. Algunas topadoras siguen fuera de la ley destruyendo silenciosamente, desprotejiendo a la tierra en momentos en que la conciencia sobre el cambio climático nos anticipa la crónica de una tragedia anunciada, donde la fiebre del planeta pondrá en peligro la vida humana.

Más importante, los campesinos siguen sin conseguir su merecido reconocimiento de propiedad y están con la soja hasta el cuello. En tiempos de temor por la posible falta de alimentos y en el que en Argentina mueren por desnutrición ocho chicos por día (más allá de que la crisis principal es de distribución y no de producción), no utilizamos con sabiduría el suelo para asegurarnos que la naturaleza trabaje para la vida y no para el negocio.

Más importante todavía, las poblaciones sobrevivientes de wichis piden entre lágrimas, como otras etnias indígenas, poder conservar su forma de cultivar, su forma cultural. Piden poder preservar su hogar, que es el monte, del que el bosque es su guardián, y donde conviven con el yaguareté, con el loro, con su historia y con sus artesanías de quebracho.

Porque diversidad ecológica significa diversidad cultural, como ya lo enseño alguna vez Edgar Morin, y todas ellas pertenecen a la madre tierra. No quieren estar encerrados, quieren aprender pero no que los eduquen, que los tengan que civilizar, porque saben que la barbarie se parece más a un mundo contaminado y corrompido que se puede ver por televisión, y al que FUNAM siempre denuncia.

Hasta ahora la película no tiene un final feliz, de esos que nos gustan a todos, salvo para unos pocos al que le interesa otro verde, cuando la hoja se transforma en papel. Entonces, que la segunda parte de este docudrama nacional sea buena, depende de que el espectador se transforme en actor, que al terminar de observar el texto del otro lado de la pantalla se convierta en un participante informado.

Porque el cumplimiento de la ley de bosques no se garantiza con la reglamentación del gobierno, sino con el involucramiento ciudadano: ese el cambio político más importante, la democracia participativa que FARN promueve. El desarrollo sustentable es una cuestión ética, no solo con las generaciones del futuro, sino con las del presente a las que el crecimiento económico no las representa, y donde la esperanza reside en la protección del monte.

Pablo Gavirati / ComAmbiental.

Ver también: Proteger el territorio

Comentarios

david santos dijo…
Gran trabajo!
Esto es para mí un buen cuento.
Yo adoré.